El sorpresivo respaldo de China a Michelle Bachelet como aspirante a la Secretaría General de la ONU ha encendido las alarmas en distintos sectores diplomáticos. Pekín, a través de su canciller Wang Yi, describió a la exmandataria chilena como una "estadista de renombre mundial" y candidata ideal para el cargo que dejará vacante António Guterres en 2026. Pero detrás del elogio, muchos ven una maniobra para expandir la influencia china dentro del sistema multilateral.
La ex Alta Comisionada para los Derechos Humanos mantiene vínculos estrechos con el gigante asiático desde su primer gobierno, cuando Chile consolidó su papel como socio estratégico de China en Sudamérica. Ahora, ese pasado vuelve a colocarla bajo sospecha. Para analistas regionales, el apoyo de Wang Yi representa una señal de alineamiento políticomás que un reconocimiento personal, lo que podría comprometer la independencia que exige el liderazgo de la ONU.
En Washington y Bruselas, la noticia fue recibida con cautela. Diplomáticos europeos temen que una eventual gestión de Bachelet profundice la agenda china en organismos clave como el Consejo de Seguridad y el Programa de Desarrollo. Las reacciones no se hicieron esperar: fuentes de la ONU confirmaron que varios países occidentales evalúan impulsar candidaturas alternativas de México o Argentina para evitar un nuevo eje de poder asiático en Nueva York.
A nivel interno, la decisión también divide a Chile. Críticos del gobierno de Gabriel Boric cuestionan el entusiasmo oficial ante un respaldo que, según ellos, pone en riesgo la neutralidad diplomática del país. “China no da apoyos gratuitos; siempre espera retorno estratégico”, advirtió un exembajador chileno bajo anonimato.

Bachelet, quien ha insistido en que su carrera internacional responde a una vocación de servicio, parece dispuesta a volver al centro del tablero global. Sin embargo, su aspiración reabre viejos cuestionamientos sobre su cercanía con regímenes autoritarios y su tibieza frente a las violaciones de derechos humanos en China durante su paso por la ONU. Para sus detractores, su eventual candidatura no simboliza una renovación, sino la continuidad de una diplomacia complaciente con las grandes potencias.
Mientras las negociaciones multilaterales se aceleran, Pekín gana terreno. Y con el apoyo chino a Bachelet, la próxima Secretaría General de la ONU podría marcar un nuevo giro geopolítico: menos independencia institucional y más equilibrio forzado entre el poder y la conveniencia.