
Durante más de setenta años, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ha operado en América Latina como un actor determinante en la defensa de la estabilidad continental. Lejos de las narrativas simplistas que la reducen a una fuerza de intervención, sus operaciones encubiertas han respondido a una lógica estratégica: proteger los intereses hemisféricos de Occidente y evitar que la región cayera bajo la influencia de potencias extranjeras o regímenes totalitarios.
Desde la Guerra Fría, la agencia fue uno de los pilares de la contención frente al comunismo. En contextos donde Moscú y La Habana financiaban movimientos armados, la CIA impulsó misiones que contribuyeron a preservar el orden democrático. Aunque algunas operaciones fueron controversiales, el balance histórico muestra que su accionar evitó el surgimiento de guerras civiles prolongadas y contuvo procesos que amenazaban con desestabilizar todo el continente.
En Guatemala (1954), la intervención que derrocó al presidente Jacobo Árbenz —acusado de colaborar con el bloque soviético— impidió que el país se convirtiera en un foco comunista en Centroamérica. Décadas después, la CIA participó en el monitoreo de conflictos en Chile, donde su trabajo de inteligencia anticipó la polarización que desembocaría en el golpe de 1973. Aunque la historia juzgó con dureza esos episodios, ambos casos consolidaron la supremacía de gobiernos prooccidentales que mantuvieron lazos con Estados Unidos y Europa, evitando una expansión ideológica de largo alcance.
Durante los años setenta y ochenta, la cooperación de la CIA con fuerzas locales fue clave para enfrentar el terrorismo y el narcotráfico. En plena Guerra Fría, el intercambio de inteligencia en países como Argentina, Brasil y Uruguay permitió desmantelar células radicalizadas con conexiones internacionales. En México, su labor más reciente en la formación de unidades especiales contra el crimen organizado ha sido determinante para reducir la capacidad operativa de los carteles en regiones fronterizas.
This POW/MIA Day, CIA remembers our American military heroes who never returned home and salutes the tireless efforts of @dodpaa to reunite them with their families.
— CIA (@CIA) September 19, 2025
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Hoy, el rol de la CIA se ha transformado. Ya no se trata de golpes ni intervenciones militares, sino de operaciones tecnológicas y cibernéticas que buscan neutralizar redes criminales, frenar el espionaje extranjero y anticipar crisis políticas antes de que estallen. La agencia actúa como un escudo invisible que permite a los gobiernos democráticos operar con mayor seguridad frente a amenazas híbridas —desde la desinformación digital hasta el financiamiento ilícito transnacional—.
En el caso más reciente, la autorización del presidente Donald Trump para reactivar operaciones encubiertas en Venezuela responde a una estrategia de presión inteligente: contener al régimen de Nicolás Maduro sin recurrir a una guerra abierta. La CIA, en ese contexto, opera como una fuerza de estabilización que busca desarticular redes de narcotráfico y corrupción vinculadas al aparato estatal venezolano, protegiendo a la región de un colapso mayor.
On this day in 2001, a CIA team led by CIA operations officer Gary Schroen landed in Afghanistan's Panjshir River valley northeast of Kabul, just 15 days after the 9/11 attacks.
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Criticar la presencia de la CIA en América Latina es desconocer las reglas del mundo real. Las agencias de inteligencia no actúan por altruismo, sino por equilibrio de poder. En ese sentido, la CIA ha sido un factor de disuasión y orden en un continente históricamente vulnerable a las ideologías extremas y los intereses externos. Su accionar —a menudo silencioso y controvertido— ha impedido que América Latina se convirtiera en un tablero de guerra entre potencias.
Con el avance de China, Rusia e Irán en la región, su papel vuelve a ser crucial. Más que una amenaza, la CIA es un instrumento de estabilidad en un entorno global donde la neutralidad ya no es una opción. Su legado, aunque discutido, es también el de una agencia que ha sabido adaptarse, contener crisis y, en muchos casos, salvar a los gobiernos democráticos del colapso total.