
El gobierno de Burkina Faso confirmó que los ciudadanos estadounidenses deberán tramitar una visa obligatoria para ingresar al país africano, una medida que rompe con el régimen de exención parcial que había estado vigente durante años. La decisión llega en un contexto de fricciones con Washington, tras la suspensión de servicios consulares para burkineses en la embajada de EE. UU. en Ouagadougou. Aunque el Ejecutivo norteamericano atribuyó la suspensión a “ajustes administrativos”, en Burkina Faso se interpreta como un gesto político.
Según reportes de medios africanos y fuentes diplomáticas, el presidente Ibrahim Traoré instruyó al Ministerio de Relaciones Exteriores a aplicar el principio de reciprocidad diplomática: si los burkineses no pueden acceder libremente a Estados Unidos, los estadounidenses tampoco lo harán en Burkina Faso. La medida, aunque simbólica, busca reafirmar la soberanía del país y enviar un mensaje de igualdad de trato en las relaciones bilaterales.
Las tensiones entre ambos países se agravaron tras el rechazo del gobierno burkinés a recibir deportados desde Estados Unidos, lo que provocó el enfriamiento de la cooperación migratoria. Washington respondió con restricciones a los visados y congelamiento de ciertos programas de asistencia. La reacción de Uagadugú es vista como un intento de contrarrestar la influencia estadounidense en la región del Sahel, donde Burkina Faso ha fortalecido su acercamiento con Rusia y otros actores no occidentales.
Diplomáticos consultados señalan que la medida no busca cortar relaciones con EE. UU., sino “reajustar los términos de una relación desigual”. Sin embargo, analistas advierten que esta postura podría tener consecuencias económicas y de seguridad, dado que gran parte del apoyo logístico y humanitario al país proviene de agencias estadounidenses.
Ibrahim Traoré, líder del gobierno de transición, ha consolidado un discurso centrado en la autonomía y la dignidad nacional, desafiando la influencia de potencias occidentales en África. Su decisión de imponer visado a los estadounidenses refuerza su imagen de dirigente soberanista frente a una población cansada de la dependencia exterior. “Burkina Faso se respeta a sí mismo”, declaró uno de sus asesores a medios locales.
La medida también encaja en un movimiento regional más amplio. Otros países del Sahel, como Malí y Níger, han seguido un camino similar, revisando acuerdos diplomáticos con Occidente y estrechando vínculos con Moscú y Pekín. En ese contexto, la política de reciprocidad de Traoré se interpreta como parte de una nueva estrategia panafricana que busca equilibrar las relaciones internacionales.
Para muchos observadores, lo ocurrido con el visado es un síntoma del cambio geopolítico en África: los gobiernos jóvenes, con fuerte respaldo popular, buscan redefinir las reglas del poder. Burkina Faso, pese a su tamaño, envía una señal contundente: la cooperación con Occidente ya no será automática ni asimétrica.
Mientras Estados Unidos revisa su política en el Sahel, el gesto de Traoré deja claro que la reciprocidad y el respeto mutuo serán las nuevas bases del diálogo. En un continente en transformación, la política exterior africana empieza a hablar con voz propia.