17/10/2025 - Edición Nº983

Política

El gobierno en crisis

El problema es político, reconoció el titular del Banco Central, Santiago Bausili

17/10/2025 | En Washington, un funcionario clave en el gobierno de Javier Milei admitió lo impensado: la crisis ya no es económica, es política.



En Washington, ante inversores y autoridades financieras, el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, reconoció lo que hasta hace poco era una mala palabra para el mileísmo: la inestabilidad tiene origen político.

Con esa frase, Bausili le puso palabras a un diagnóstico que desborda lo económico: la crisis ya no se explica por los números, sino por la falta de política. La economía no es solo un balance contable, sino que requiere una conducción que ordene

Es un reconocimiento implícito pero contundente: después de dos años de desdén hacia todo lo que sonara a negociación, Javier Milei y su entorno parecen haber descubierto que la política también es necesaria , y que sin ella la economía no se sostiene. Gobernar no es imponer un programa técnico desde arriba: es convencer, acordar, persuadir, generar una arquitectura de poder que acompañe los cambios. La política, en ese sentido, no es un obstáculo a la eficiencia, sino la única vía para alcanzarla.

Pero la resistencia del mileísmo a hacer política tiene una raíz más profunda: el economicismo. La creencia de que la economía puede funcionar sola, como un mecanismo puro que se autorregula, es una ilusión peligrosa. Ningún sistema económico sobrevive sin consensos, sin credibilidad, sin un lenguaje compartido entre quienes producen, consumen y gobiernan. Los mercados también son hechos humanos: responden a expectativas, a discursos, a gestos. El “dejar hacer” absoluto desemboca en el caos, porque sin mediaciones políticas la competencia no genera prosperidad sino depredación. El propio reconocimiento de Bausili -la idea de que la crisis actual tiene raíz política- marca el fin de esa fantasía.

El mileísmo está pagando hoy el precio de haber despreciado la política. Su historia reciente es una acumulación de rupturas: con los gobernadores, con aliados que se sintieron humillados, con bloques legislativos que ya no responden a su autoridad. Los vetos compulsivos, los insultos a opositores, el aislamiento deliberado en nombre de una pureza doctrinaria, fueron destruyendo los puentes que hacen gobernable a un país. Y sin puentes, la economía se paraliza.

Tal vez, por fin, el Gobierno empiece a entender que la política no es un defecto que hay que corregir con tecnocracia ni con prepotencia, sino una práctica con dignidad propia, el arte de construir acuerdos en un territorio de diferencias. Lo político no es lo que frena el progreso: es lo que lo hace posible. Si el mileísmo logra asumirlo, este “shock político” que describe Bausili podría ser, paradójicamente, la oportunidad de madurez que el propio Gobierno no supo darse. Si no, será otro síntoma más de una administración que, por negarse a aprender el lenguaje de la política, terminó hablando sola.