
El líder de Villanos pasó por El Living de NewsDigitales y repasó tres décadas de carrera, los inicios en Villa Celina, los días de ensayo en una portería y la gira conmemorativa que celebra una de las bandas más singulares y queridas del rock argentino.
Entre anécdotas de infancia, confesiones familiares y reflexiones sobre el oficio de hacer música, reconstruyó el camino que lo llevó hasta los grandes escenarios. Un viaje lleno de pasión, perseverancia y humor, donde la autenticidad fue siempre la mejor forma de rebeldía.
Con una sonrisa que mezcla orgullo y asombro, Niko Villano repasa su historia: “Yo decidí ser músico a los seis años. Mi abuelo, mi bisabuelo y mi tatarabuelo fueron músicos, así que lo traigo en los genes”. En los ochenta, viendo en la tele a Kiss y Titanes en el ring, tuvo una revelación: “Vi esas máscaras, las guitarras, los trajes, y dije: ‘yo quiero hacer eso’”.
Su infancia transcurrió entre discos, figuritas y una guitarra soñada que llegó recién después de mucho esfuerzo. “Para comprar mi primera guitarra tuve que trabajar casi de chico. Mi vieja me ayudó cuando vio que era una vocación real”, cuenta.
Pero antes de ese reconocimiento, su madre -preocupada por su futuro- intentó desviarlo del camino artístico. “Me mandó al psiquiatra para que se me pase lo de querer ser músico”, cuenta entre risas. Lo que no imaginaban era que aquel terapeuta, el doctor Kertész, había sido músico y terminó dándole el empujón final: “Fue quien me dio el permiso interno para ser quien soy. En vez de quitarme el sueño, me lo confirmó. Fue un faro en mi vida.”
Entre los pasillos de Villa Celina, donde tomar el colectivo era una odisea, nació un músico que años después llenaría escenarios en todo el país, demostrando que incluso los sueños más improbables pueden tener banda sonora.
El nombre Villanos surgió casi como una broma: “Ensayábamos en la portería del edificio 80 y los vecinos nos gritaban ‘¡saquen a esos villanos de ahí!’”, recuerda entre risas. Pero el término también tenía raíces más profundas: “Somos de la villa, y la palabra villano viene de eso. Y además siempre me gustaron los villanos de los cómics: los que se redimen al final”.
La banda nació en 1994 y pronto se convirtió en un fenómeno del rock argentino. “Nosotros arrancamos tocando con Blues Motel, después Cemento, Parque Centenario, y terminamos girando por todo el país. Al principio queríamos solo grabar un demo, nada más. Nunca pensamos que íbamos a tener discos de oro o giras internacionales.”
Villanos se definió desde el comienzo como una banda sin fronteras musicales. “Nos cansamos de que nos pongan etiquetas: rock barrial, punk, rolinga. Dijimos basta. Nos autoetiquetamos rock cabeza, porque somos una mezcla de todo. Podés escuchar a Elvis, Nirvana, The Police, Kiss, AC/DC o Los Stones en una misma canción”.
Esa mezcla también se reflejó en el público: “En nuestros shows se juntaban todas las tribus, algo que no era común en los noventa. El rock para nosotros siempre fue unión, comunidad, no bardear al otro. Nunca quisimos ser parte del enfrentamiento de estilos”.
Hoy, mientras avanzan con la gira aniversario y un nuevo vinilo, Niko Villano se muestra más reflexivo. “Hicimos un parate en un momento, para reencontrarnos. Cada uno creció en distintas direcciones, y eso nos hizo bien. No queríamos repetir fórmulas.”
Sobre el presente, combina humor y agradecimiento: “Estar acá, después de 30 años, es una bendición. Yo soy un agradecido. La música me dio muchísimo más de lo que imaginaba. Empezamos queriendo grabar nuestra voz en un cassette y terminamos viajando por todo el país.”
Villanos sigue fiel a su esencia: una banda de barrio que aprendió a reinventarse sin perder el corazón del rock. “El secreto es disfrutar el camino -dice Niko-, porque cuando hacés lo que te gusta, ya estás viviendo tu propia aventura”.