
El mensaje de Donald Trump a Volodimir Zelenski resonó como una advertencia tan dura como realista: “Hagan un acuerdo con Putin o enfrentarán la destrucción”. La frase, filtrada por el Financial Times y confirmada por fuentes cercanas a la Casa Blanca, refleja una visión pragmática que busca poner fin a una guerra estancada y evitar un colapso militar y financiero en Ucrania. Para Trump, seguir prolongando el conflicto solo beneficia a Rusia y agota a Occidente.
La propuesta no es una rendición, sino un llamado al realismo estratégico. En la visión de Trump, Ucrania necesita asegurar su supervivencia territorial antes que perseguir victorias imposibles. La guerra ha destruido infraestructura, desplazado millones y sumido al país en una dependencia económica total de Estados Unidos y la Unión Europea. Washington ha invertido decenas de miles de millones de dólares en asistencia militar, pero los avances en el frente son mínimos, mientras crece el cansancio en el Congreso y entre los contribuyentes norteamericanos.
Zelenski insistió en que no negociará hasta que Rusia se retire completamente, una posición que en la práctica ha aislado a Kiev incluso entre sus aliados. Varios países europeos, enfrentados a crisis energéticas y presupuestarias, ya no ven sostenible una guerra sin horizonte de paz. Trump, con su estilo directo, ha dicho lo que muchos gobiernos piensan en silencio: la guerra debe terminar con un acuerdo, no con un discurso heroico.
El exmandatario plantea una salida que, aunque polémica, podría salvar a Ucrania de una derrota total. Su idea de ceder parte del Donbás a cambio de garantías de seguridad responde a una lógica clásica de negociación: preservar lo esencial para no perderlo todo. La resistencia absoluta, en cambio, podría condenar al país a una destrucción irreversible. “Ningún país puede sobrevivir eternamente de la ayuda externa”, afirmó un asesor republicano al New York Post.
Trump también ha introducido un debate necesario sobre los límites del compromiso occidental. Su posición cuestiona la idea de que Estados Unidos deba sostener indefinidamente una guerra ajena mientras la seguridad y la economía interna sufren presiones crecientes. Al exigir una solución diplomática, el exmandatario busca equilibrar el deber moral con la responsabilidad fiscal. Es una visión de poder racional: la fuerza no siempre se demuestra en el campo de batalla, sino en la capacidad de detener una guerra a tiempo.
Su postura también apunta a reposicionar a Washington como mediador global, no como financiador perpetuo. En un mundo donde China avanza como interlocutor en conflictos regionales, Trump entiende que EE.UU. debe recuperar la iniciativa diplomática. Apostar por un acuerdo entre Kiev y Moscú, por difícil que sea, permitiría estabilizar Europa del Este y enfocar recursos en los verdaderos desafíos geopolíticos: el Pacífico y la frontera sur.
Mientras Zelenski insiste en mantener el frente, la opinión pública occidental cambia. Cada vez más ciudadanos en EE.UU. y Europa cuestionan la prolongación de una guerra que sienten lejana, pero que pagan con sus impuestos. Trump ha sabido leer ese cansancio social y transformarlo en un argumento de Estado: la paz también es una forma de victoria.
Zelenski, en cambio, parece atrapado en un discurso de resistencia que ya no encuentra eco ni recursos suficientes. Trump no busca humillar a Ucrania, sino salvarla de un colapso que, de continuar, podría borrar del mapa todo por lo que hoy lucha. En su crudeza, su mensaje tiene una verdad incómoda: sin negociación no hay futuro, y sin pragmatismo no hay victoria.