
El discurso oficial de Fernando González, presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), sobre la supuesta capacidad de Cuba para "aportar" al bloque BRICS, ha sido recibido con escepticismo dentro y fuera del país. Aunque el funcionario destacó las fortalezas de la isla en biotecnología, salud y educación, no existen evidencias concretas de proyectos activos ni compromisos financieros que respalden esa retórica. Para muchos analistas, la iniciativa forma parte de una estrategia propagandística destinada a maquillar el creciente aislamiento internacional del régimen cubano.
El anuncio llega en un momento en que la economía de la isla atraviesa una de sus peores crisis en décadas, con una inflación descontrolada, desabastecimiento de alimentos y una emigración que supera cifras históricas. Mientras el gobierno insiste en presentarse como un actor global capaz de cooperar con potencias emergentes, la realidad interna refleja colapso productivo y dependencia de la ayuda humanitaria.
La narrativa del gobierno cubano intenta mostrar el acercamiento a los BRICS como una victoria frente al “imperialismo occidental”. Sin embargo, la relación de Cuba con el bloque es meramente consultiva, sin voto en decisiones ni acceso pleno al Nuevo Banco de Desarrollo (NDB). En la práctica, el país no tiene capacidad de inversión ni participación significativa en los grandes proyectos de infraestructura o energía que lideran China e India.
Incluso sus socios tradicionales dentro del grupo, como Rusia y Brasil, mantienen relaciones limitadas con La Habana y han reducido considerablemente los flujos comerciales y de crédito. Las declaraciones de González sobre el potencial cubano contrastan con informes del propio Banco Central, que reconocen un retroceso de más del 30% en las exportaciones y una deuda externa que supera el 90% del PIB.
Expertos en economía internacional consultados por medios independientes advierten que Cuba busca legitimidad diplomática más que cooperación económica real. El país se adhiere a foros multilaterales como los BRICS para proyectar una imagen de soberanía y resistencia, pero sin capacidad para aportar recursos, innovación o tecnología. La industria biotecnológica, antaño orgullo nacional, hoy opera al mínimo por falta de insumos y financiamiento externo.
La afirmación de que Cuba podría servir de “modelo” en salud y educación también resulta cuestionable. Los hospitales enfrentan escasez de medicamentos, el éxodo de personal médico se ha acelerado y las universidades sufren una fuga constante de talento. El discurso del éxito revolucionario choca cada vez más con la precariedad cotidiana.
En el plano internacional, los BRICS buscan ampliar su influencia atrayendo a países aliados políticamente afines, incluso si su peso económico es marginal. En ese esquema, Cuba aporta más discurso que desarrollo, sirviendo como estandarte ideológico frente a Occidente, pero sin poder real de decisión ni impacto en las estrategias globales del bloque.
A largo plazo, esta alianza simbólica podría reforzar el aislamiento cubano. Mientras los BRICS discuten inteligencia artificial, comercio digital o finanzas internacionales, La Habana sigue atrapada en una economía planificada, desfasada y dependiente. La idea de que Cuba tiene algo que ofrecer al bloque parece más una narrativa de supervivencia que una política de desarrollo.