
La relación entre Colombia y Estados Unidos atraviesa su momento más delicado en años. El gobierno de Gustavo Petro decidió llamar a consultas a su embajador en Washington, Daniel García-Peña, tras las declaraciones del presidente estadounidense Donald Trump, quien acusó a Colombia de ser “el principal productor de droga del hemisferio” y anunció la suspensión inmediata de la asistencia antidrogas. La medida generó un terremoto político en Bogotá, donde se interpreta como una señal de ruptura de confianza entre dos aliados históricos.
El retorno del embajador a Bogotá simboliza más que una molestia diplomática. Para la Cancillería colombiana, se trata de una acción de “revisión integral” de los mecanismos de cooperación con Washington. El gobierno busca evaluar el impacto de la suspensión de ayudas y de los nuevos aranceles comerciales que Estados Unidos impuso recientemente a las exportaciones de café y flores. En los pasillos del Palacio de San Carlos, la sensación es que la relación ha entrado en una etapa de “recalibración inevitable”.
Las tensiones se intensificaron tras un ataque estadounidense en el mar Caribe contra una embarcación sospechosa de narcotráfico que, según Petro, habría ocurrido en aguas colombianas. El mandatario denunció una violación de la soberanía nacional y exigió explicaciones formales. En paralelo, Trump aseguró que Colombia “ha dejado de colaborar” en la guerra contra el narcotráfico, lo que desató una ola de indignación en la opinión pública y en sectores políticos de todos los signos.
Para el gobierno colombiano, las declaraciones de Trump son un acto de provocación con fines electorales, en un momento en que el presidente estadounidense busca fortalecer su imagen de dureza ante el crimen internacional. Bogotá insiste en que, solo en 2024, incautó más de 880 toneladas de cocaína, la cifra más alta en su historia, y que mantiene el compromiso de reducir cultivos ilícitos mediante programas sociales en las zonas rurales.
El llamado a consultas del embajador es un gesto que históricamente precede a una crisis mayor. Significa que Colombia podría reconsiderar su participación en varios acuerdos bilaterales, incluidos los de seguridad y cooperación técnica. Si bien el gobierno no ha hablado de ruptura formal, fuentes diplomáticas reconocen que no se descarta congelar la agenda política bilateral hasta que Washington rectifique su posición. En el Capitolio colombiano, voces del oficialismo piden incluso revisar la presencia militar estadounidense en bases del país.
La Casa Blanca, por su parte, ha guardado silencio oficial, aunque asesores cercanos a Trump filtraron a la prensa que el presidente “no tiene intención de disculparse”. El Departamento de Estado apenas se limitó a reiterar que “la lucha contra el narcotráfico sigue siendo prioridad” y que Estados Unidos “valora su relación con Colombia”, un mensaje ambiguo que no logra calmar el ambiente.
#WorldDNA | Colombia calls back its ambassador to the US for discussions as public feuds between the nations heats up
— WION (@WIONews) October 21, 2025
Meanwhile, Donald Trump threatens tariffs increase against the country@JyotsnaKumar13 and @ShivanChanana have more pic.twitter.com/4KWCaUZIxO
Este episodio podría marcar un punto de inflexión en la política exterior de Petro. En los últimos meses, Bogotá ha buscado diversificar sus vínculos con países como Brasil, México y China, impulsando una agenda de autonomía estratégica. El enfriamiento con Washington acelera esa tendencia y refuerza el discurso de una “Latinoamérica más soberana”. Analistas prevén que Colombia intentará ocupar un rol de mediador regional, aunque sin renunciar completamente a su relación con Estados Unidos.
El reto inmediato será mantener la estabilidad económica ante las posibles represalias comerciales. Estados Unidos absorbe más del 25% de las exportaciones colombianas, y un deterioro prolongado podría afectar la balanza de pagos, la inversión extranjera y el valor del peso. En ese contexto, el llamado a consultas no solo es diplomático, sino también un acto de advertencia económica que refleja la necesidad de equilibrar orgullo nacional y pragmatismo geopolítico.