Ya lo había hecho con El laberinto del fauno y más acá en el tiempo con La forma del agua. Guillermo del Toro tiene un don para humanizar criaturas y hacernos empatizar con ellas, y Frankenstein no es la excepción.
Contada en partes, desde diferentes perspectivas, es la famosa historia detrás de la creación de uno de los monstruos más conocidos de la cultura pop, en un relato que nos plantea reflexionar sobre la ciencia y su avance, sobre hasta dónde es ética y cuando pasa a convertirse en mero orgullo. Oscar Isaac es Víctor Frankenstein, un médico con complejo de Dios que descubre cómo funciona el organismo humano y es capaz de replicarlo como una fórmula, que luego termina aplicando a gran escala para darle vida a su criatura.
“Un científico brillante pero arrogante que, en su afán por desafiar los límites de la naturaleza, da vida a una criatura mediante un experimento monstruoso, desencadenando la perdición tanto del creador como de su trágica creación”, sostiene la sinopsis oficial de esta producción que este jueves llega al cine. El 7 de noviembre estará disponible en la plataforma de streaming.
Más allá de los clásicos focos en la pérdida de la inocencia y el autodescubrimiento que vienen de la mano de la "domesticación" del monstruo, uno de los puntos más interesantes de Frankenstein es su diálogo con la muerte. A del Toro no le tiembla el pulso para ponerse oscuro, ya lo sabemos, y acá nos plantea a la muerte como una contracara necesaria de la vida, sin la cual todo eso por lo que vivimos no tiene el mínimo sentido.

Es una belleza el arte de Frankenstein, es magistral el trabajo de la fotografía de Dan Laustsen, con quien del Toro ya había trabajado en Las forma del agua. En este sentido, Frankenstein se siente como una versión recargada de La forma del agua, que le dio los Oscars a Mejor Guion, Dirección y Película en 2018.
Algunos disclaimers necesarios: Del Toro no le teme a ponerse gráfico con su película que por momentos se codea con el body horror. Y ese ponerse gráfico también se traduce en algunos momentos de violencia animal, quizás, innecesaria. Pero son esos mismos detalles los que aportan su granito de arena y la vuelven un ejercicio de hipnosis. La película te toma de la mano desde el minuto 1 y no te suelta hasta el final. Una belleza grotesca.
