
El gobierno de Donald Trump confirmó la repatriación de los dos sobrevivientes del ataque estadounidense contra un buque semisumergible en el Caribe, acusado de transportar fentanilo. La medida busca esquivar las implicaciones legales que implicaría mantenerlos bajo custodia militar en aguas internacionales. Ambos fueron entregados a Colombia y Ecuador, sus países de origen, donde enfrentarán procesos judiciales por tráfico de drogas.
El ataque, que dejó dos muertos, fue parte de la nueva doctrina de “guerra contra el narcoterrorismo”, impulsada por Trump desde su regreso a la Casa Blanca. Con este enfoque, Washington pretende mostrar fuerza en el Caribe y consolidar su control sobre rutas marítimas del narcotráfico. Sin embargo, la presencia de sobrevivientes generó debate: mantenerlos detenidos habría reavivado los fantasmas de Guantánamo, un símbolo de detenciones extraterritoriales y ambigüedad legal.
Fuentes del Pentágono señalaron que el traslado busca evitar “una carga política y jurídica innecesaria”. En lugar de someter a los capturados a la jurisdicción militar estadounidense, se decidió relocalizar la responsabilidad penal hacia los países aliados involucrados. Esta fórmula, según funcionarios, permite actuar con rapidez sin comprometer la narrativa de respeto a los derechos humanos que Washington intenta proyectar en la región.
Colombia y Ecuador aceptaron la repatriación, pero pidieron acceso a los informes de inteligencia y a las pruebas que justificaron el ataque. En contraste, organizaciones humanitarias advirtieron que el procedimiento podría ocultar irregularidades en la operación y el uso excesivo de la fuerza en aguas internacionales, donde no existe una delimitación clara de soberanía.
📹 | Trump anunció que atacaron un submarino que transportaba drogas en el Caribe
— VOZ (@VozMediaUSA) October 18, 2025
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La Comunidad del Caribe (CARICOM) expresó inquietud ante la creciente militarización de la zona. En tanto, Venezuela denunció el operativo como “una agresión directa” a su espacio marítimo y exigió una revisión del caso en la ONU. Mientras tanto, Washington defendió la acción como una operación legítima contra redes transnacionales, reforzando la idea de que el Caribe es un frente activo de seguridad nacional.
El episodio marca una nueva etapa en la política antidrogas estadounidense: una donde la fuerza militar sustituye al marco judicial multilateral. Repatriar a los sobrevivientes soluciona el dilema inmediato, pero abre un debate más profundo sobre la legalidad de estas operaciones y sus consecuencias para la soberanía regional. Si esta doctrina se consolida, América Latina deberá decidir si acompaña a Washington o defiende un modelo basado en la cooperación y el derecho internacional.