
El expresidente Juan Manuel Santos volvió al debate internacional con una advertencia que retumba en medio del recrudecimiento de la política antidrogas. Durante una entrevista con El País, señaló que la actual confrontación discursiva entre Estados Unidos y Colombia, principal consumidor y productor de cocaína respectivamente, pone en riesgo años de cooperación y deja el terreno libre al crimen organizado. Su mensaje, cargado de diplomacia y experiencia, sugiere que la retórica belicista podría ser más dañina que el propio narcotráfico.
Santos recordó que el combate a las drogas lleva más de cuatro décadas de fracasos acumulados. Desde la firma del acuerdo de paz con las FARC en 2016, el país ha intentado diversificar su enfoque, pero el aumento de los cultivos ilícitos y las disputas con Washington muestran que la guerra contra las drogas no solo persiste, sino que se ha fragmentado en frentes políticos y mediáticos. En ese contexto, la disputa entre el “mayor productor” y el “mayor consumidor” parece, según el exmandatario, un escenario perfecto para que los cárteles se fortalezcan.
Las fricciones recientes entre los gobiernos de Gustavo Petro y Donald Trump giran en torno al enfoque de la cooperación antinarcóticos. Mientras Washington insiste en aumentar la presión militar y las fumigaciones, Bogotá defiende una estrategia basada en el desarrollo rural y la sustitución voluntaria de cultivos. Santos considera que el enfrentamiento discursivo entre aliados tradicionales erosiona la confianza y podría reducir el intercambio de inteligencia, un punto crítico en la lucha contra las redes criminales transnacionales.
Además, el exmandatario subrayó que esta brecha diplomática afecta la imagen internacional de Colombia, que pasa de ser socio estratégico a sospechoso estructural. A su juicio, “romper la cooperación en materia de drogas equivale a abrir una rendija por donde el crimen organizado se cuela con facilidad”. La frase resume un temor extendido en círculos diplomáticos: que la tensión bilateral deje sin control las rutas y los corredores de tráfico que sostienen el flujo de cocaína hacia Norteamérica.
Santos planteó la necesidad de reformular la política global de drogas y adoptar un enfoque humanista más que punitivo. Recordó que la persecución al campesinado cultivador no reduce la oferta, sino que la desplaza; y que mientras Estados Unidos no disminuya su demanda interna, el equilibrio será imposible. Según el exmandatario, una agenda común debería centrarse en educación, salud pública y reducción del daño, más que en la militarización del problema.
Su llamado busca rescatar el espíritu de las comisiones internacionales sobre política de drogas que él mismo promovió junto a líderes como Ernesto Zedillo y Fernando Henrique Cardoso. Desde esa óptica, el narcotráfico no se erradica con fuerza, sino con políticas coherentes y coordinadas, capaces de atacar simultáneamente la producción, el consumo y las finanzas ilícitas.
El mayor riesgo, según Santos, es que la disputa actual cree un vacío de liderazgo en la región. Si Estados Unidos y Colombia, actores centrales en la agenda antidrogas, se distancian, el crimen organizado llenará el espacio con nuevas rutas y alianzas. En un contexto global de transición geopolítica, donde Asia y Europa comienzan a ser mercados crecientes, la falta de coordinación puede tener consecuencias irreversibles.
El expresidente concluye con una frase que sintetiza su visión: “Cuando el mayor productor y el mayor consumidor se pelean, el único ganador es el crimen organizado”. Detrás de esa advertencia hay una lectura geopolítica profunda: mientras la política internacional siga centrada en el castigo y no en la cooperación, el negocio de la droga seguirá siendo el más rentable del mundo.