
La alianza entre La Libertad Avanza y el PRO naufraga en su propio laboratorio. Lo que nació como un experimento liberal terminó pareciéndose al kirchnerismo que decían combatir: candidatos impresentables, sospechas de vínculos con el narcotráfico y una interna que estalló entre los equipos de Cristian Ritondo y Diego Santilli, hoy distanciados de los libertarios por falta de coordinación en el territorio.
El oficialismo dejó pasar su mejor carta: Santilli, mantenido en silencio hasta que José Luis Espert tropezó con sus papeles. En ese vacío, crecieron personajes excéntricos, como Karen Reichardt, que tilda de “enfermos mentales” a los votantes peronistas, o Virginia Gallardo, que figura con domicilio en un baldío. Nada de eso encaja en la estética “republicana” que los macristas pretenden sostener.
El mileísmo, mientras tanto, se radicaliza. Expulsa a quien disiente, grita, provoca y justifica el caos como método. Es el reverso de Durán Barba, pero con los mismos tics de relato. Milei, Caputo y Karina son hoy lo que juraban destruir: una estructura verticalista, cerrada y con pretensión mesiánica.
La fractura se profundiza en el conurbano, donde los equipos del PRO ya no fiscalizan junto a los libertarios y los armados locales responden a intereses cruzados. La tensión entre Karina Milei, Caputo y los operadores bonaerenses anticipa un inevitable reacomodo político después del domingo.
El voto útil antikirchnerista, clave en 2023, hoy se diluye entre el desencanto y la desconfianza. La promesa de revolución terminó en reciclaje. Si Milei no logra achicar la brecha en Buenos Aires, su gobierno entrará en una nueva crisis política, antes de cumplir su segundo año.