Nicolas Sarkozy, presidente de Francia entre 2007 y 2012, comenzó a cumplir su condena por corrupción y tráfico de influencias en la prisión parisina de La Santé, un lugar con más de siglo y medio de historia y con un pasado repleto de nombres célebres. El ingreso del exjefe de Estado marca un hecho inédito en la política francesa: nunca antes un expresidente había pisado efectivamente una celda.
La sentencia, confirmada de forma definitiva por la Corte de Casación a comienzos de octubre, lo condena a cinco años de prisión, de los cuales dos fueron suspendidos por razones humanitarias vinculadas a su edad y estado de salud. La causa, conocida como “caso Bismuth”, reveló que Sarkozy intentó obtener información confidencial de un magistrado a cambio de un puesto en Mónaco.
El exmandatario -de 70 años- fue trasladado al módulo reservado para figuras públicas, donde permanecerá en régimen de aislamiento parcial, con acceso a lectura, ejercicios y visitas controladas. Antes de ingresar, aseguró que “no siente vergüenza ni miedo” y confirmó que apeló la sentencia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, al considerar que el juicio fue “injusto” y “motivado políticamente”.
A su lado, su esposa, la cantante Carla Bruni, lo acompañó hasta el último momento y publicó una carta en la que le expresó su amor y admiración. “Estoy orgullosa de ti, mi amor, de tu coraje y de tu dignidad”, escribió, en un mensaje que rápidamente se viralizó en Francia.
Pero más allá del impacto político y personal, la imagen de Sarkozy cruzando los muros de La Santé reavivó la historia de una prisión que parece diseñada para recordar que el poder también puede caer. Inaugurada en 1867, fue durante décadas el símbolo del rigor penitenciario francés y hoy es considerada una de las más seguras y emblemáticas del país.
Por sus celdas pasaron figuras tan dispares como el empresario Bernard Tapie, condenado en los 90 por fraude y corrupción en el caso Adidas-Crédit Lyonnais; el terrorista Carlos “El Chacal”, autor de múltiples atentados en Europa durante los años 70 y 80 y actualmente condenado a cadena perpetua; y el célebre criminal Jacques Mesrine, conocido como el “enemigo público número uno” por sus espectaculares fugas, secuestros y robos a mano armada. Mesrine se ganó ese apodo tras escapar de varias prisiones, burlar a la policía en plena capital y desafiar al Estado con entrevistas y amenazas públicas, hasta que fue abatido en 1979 tras una intensa persecución.

Incluso el poeta Guillaume Apollinaire estuvo allí brevemente en 1911, acusado injustamente de participar en el robo de la Mona Lisa del Louvre, aunque fue absuelto poco después.
Por eso, la entrada de Sarkozy en La Santé no es solo el cumplimiento de una condena: es la unión simbólica entre el poder político y la justicia en un escenario cargado de historia. Entre los muros donde convivieron criminales, artistas y políticos, hoy duerme un expresidente que alguna vez fue llamado “el hombre más poderoso de Francia”.