La guerra entre Rusia y Ucrania dio un nuevo salto en intensidad tras una serie de ataques aéreos nocturnos que dejaron al menos seis muertos y severos daños en infraestructuras energéticas. De acuerdo con las autoridades ucranianas, el Kremlin lanzó 28 misiles y más de 400 drones contra distintas regiones del país, principalmente en torno a Kiev. Las defensas antiaéreas lograron interceptar la mayor parte, pero varias explosiones alcanzaron zonas residenciales, provocando incendios y cortes de electricidad.
El bombardeo coincide con el aplazamiento de la cumbre Trump‑Putin, prevista para esta semana, luego de que Moscú rechazara una propuesta de cese al fuego temporal. Washington calificó el retraso como una medida prudente ante la falta de condiciones diplomáticas, mientras que el Kremlin insistió en que los preparativos continúan. Este doble escenario de tensión diplomática y militar refuerza la percepción de que Rusia busca presionar a Occidente desde el campo de batalla antes de retomar el diálogo.
El Ministerio de Energía ucraniano denunció que los bombardeos apuntaron de forma deliberada a plantas eléctricas y centros de distribución, afectando el suministro en más de diez provincias. Este patrón de ataques se ha intensificado a medida que se aproxima el invierno, una estrategia que busca debilitar la moral de la población y agotar la capacidad de resistencia del sistema eléctrico ucraniano. En Kiev, las autoridades locales confirmaron el derribo de decenas de drones tipo Shahed, aunque reconocieron que varios proyectiles alcanzaron edificios habitados.
Los servicios de emergencia informaron de múltiples incendios y evacuaciones masivas, mientras que la Fuerza Aérea ucraniana calificó la ofensiva como una de las más grandes desde el inicio del conflicto. El presidente Volodímir Zelenski reiteró su pedido a Estados Unidos y a la Unión Europea para acelerar el envío de sistemas antiaéreos avanzados, subrayando que Rusia mantiene una capacidad de ataque que supera las defensas actuales.
La reacción internacional no se hizo esperar. La Unión Europea condenó los ataques, mientras estudia la posibilidad de utilizar fondos rusos congelados para financiar la reconstrucción de Ucrania. Washington, por su parte, evitó hablar de sanciones adicionales, aunque un alto funcionario del Departamento de Estado afirmó que “los ataques demuestran por qué la cumbre no podía celebrarse en este momento”. Moscú, en cambio, justificó su acción alegando represalias por operaciones ucranianas en la región de Kursk.
La ofensiva como una maniobra de presión para forzar una posición negociadora más favorable antes de un eventual encuentro diplomático. Al mismo tiempo, refuerza el mensaje interno de fuerza que Putin necesita proyectar ante su población, en medio de una economía ralentizada y un frente militar estancado.
Trump suspende su reunión con Putin después de que Rusia rechazase un alto el fuego en Ucrania
— DW Español (@dw_espanol) October 22, 2025
El presidente de Estados Unidos dijo que no "quería perder el tiempo" con una "reunión inútil", días después de anunciar la cumbre en el plazo de dos semanas. El Kremlin había… pic.twitter.com/G82h8qwBQJ
La escalada ocurre justo cuando Europa se prepara para un invierno de tensión energética. Cada ataque contra el sistema ucraniano implica nuevos riesgos para el suministro regional, dada la interconexión de redes y la dependencia parcial del gas ruso en varios países. A mediano plazo, la falta de avances diplomáticos podría consolidar una guerra de desgaste que aleja la posibilidad de un alto el fuego antes de 2026.
En este contexto, la demora de la cumbre Trump‑Putin deja en evidencia la fragilidad del equilibrio global. Si Moscú busca imponer su narrativa a través de la fuerza y Washington responde con prudencia táctica, el resultado podría ser una prolongación del conflicto bajo nuevas formas de disuasión. Ucrania, mientras tanto, sigue siendo el tablero donde se cruzan los intereses de las grandes potencias.