Lo que comenzó como un intercambio escolar en los años 80 terminó convirtiéndose en una historia de amistad que desafió al tiempo y la distancia. Michelle Anne Ng, de Singapur, y Sonya Clarke Casey, de la isla canadiense de Terranova, se conocieron cuando tenían apenas 12 años gracias a un proyecto educativo que unía a jóvenes de distintos países por correspondencia.
En 1983 participaron del International Youth Service (IYS), un programa con sede en Finlandia creado en 1952 para fomentar el intercambio cultural y el aprendizaje del inglés entre estudiantes de todo el mundo. Funcionaba de una manera sencilla pero poderosa: los alumnos completaban un formulario con sus intereses y recibían la dirección postal de un joven extranjero con quien comenzar a escribir cartas. Así, Michelle tomó papel y pluma, escribió su primera carta y la envió a una dirección desconocida en la costa atlántica canadiense. Días después, la respuesta de Sonya cruzaba el océano rumbo al sudeste asiático.

Aquel intercambio de sobres se convirtió en un ritual. Michelle contaba sobre el clima tropical, los mercados de Singapur y la presión escolar típica del sistema asiático; Sonya le respondía desde una comunidad marcada por el frío, los paisajes nevados y la cultura inuit de Terranova. A medida que crecían, las cartas fueron acompañando cada etapa de sus vidas: la adolescencia, los estudios universitarios, los primeros trabajos y los cambios familiares.
Con la llegada del correo electrónico y las redes sociales, el IYS comenzó a perder relevancia. Tras conectar a más de 350 mil jóvenes en más de cien países, cerró definitivamente en 2008, sin poder competir con la inmediatez del mundo digital. Pero Michelle y Sonya no dejaron que su historia terminara ahí: siguieron escribiéndose, primero por email y luego por videollamada, sin interrumpir jamás su contacto.

A pesar de los años, nunca habían podido verse en persona. La distancia de más de 13.000 kilómetros, los compromisos laborales, los costos de viaje y la pandemia fueron aplazando el encuentro. Hasta que, en octubre de 2025, Michelle decidió finalmente viajar a Canadá. Se abrazaron por primera vez en St. John’s, la capital de Terranova, donde Sonya trabaja hoy como asesora académica en el Centro de Recursos para Estudiantes Indígenas de la Universidad Memorial.
“Fue como si el tiempo no hubiera pasado”, contó Sonya al recordar ese momento. Ambas compartieron las viejas cartas y fotografías que durante décadas cruzaron mares y estaciones, testigos de una amistad nacida con tinta, papel y paciencia.
En tiempos dominados por la inmediatez digital, la historia de Michelle y Sonya rescata el valor de las palabras que tardan en llegar, pero perduran. Un recordatorio de que la amistad, cuando es auténtica, no necesita likes ni algoritmos: sólo constancia, curiosidad y un sobre que diga “para mi amiga del otro lado del mundo”.