
La Cancillería de la Nación está acéfala. Con la salida de Eduardo Bustamante del cargo de vicecanciller y la dimisión de Gerardo Werthein vía GDE con efecto lunes 27, el ministerio quedó sin timón. En ese vacío irrumpió Pablo Quirno, hasta ahora secretario de Finanzas, y señalado como nuevo canciller por decisión de Javier Milei.
¿Quién es Quirno? Licenciado en Ciencias Económicas por la Wharton School de la Universidad de Pensilvania, con extensa trayectoria en la banca de inversión internacional, ex JP Morgan, asesor financiero global. En su paso por la función pública, fue mano derecha de Caputo y uno de los principales negociadores con los acreedores del país. Su perfil es técnico, de mercado, sin pasado diplomático visible -y eso es justo lo que buscaba Milei-.
La designación de Quirno manda varias señales:
Que el eje de la Cancillería deja de ser protocolo y se vuelve economía internacional.
Que los privilegios -sueldos de por vida, embajadas como joyerías, cargos perpetuos- están bajo la mira de una “purga” libertaria.
Que los diplomáticos tradicionales que brindaban con champagne mientras el país ajustaba serán evaluados de nuevo.
Que la “rebelión de los cerdos” ya no sólo es metáfora: los que generaron el caos institucional han ganado la partida y ahora cambian piezas, no reglas.
Quirno asume en un momento explosivo: su predecesor se fue después de firmar 44 designaciones, 29 traslados y nombramientos de secretarios y cónsules que parecían regalos de despedida. En la Casa Rosada, aseguran que Werthein “filtró su renuncia” a días de las elecciones para generar un sacudón en el gabinete. Y mientras tanto, embajadores amigos, viajes de lujo y una Cancillería que funcionaba más como club de privilegio que como oficina del Estado, siguen siendo los fantasmas que Quirno debe exorcizar.
Su primer desafío: reconectar la diplomacia con la política exterior real, no con el turismo gubernamental. Segundo: implantar una reforma que acabe con la lógica de que “uno entra y cobra hasta que muere”. Ejemplo paradigmático: Leopoldo Sahores, exvicecanciller de Mondino que, tras su salida, sigue cobrando del Estado y aparece en la campaña de oposición mientras ocupa un escritorio en el Ministerio.
Quirno no llega para ser un embajador del lujo. Llega para ser el bombero del desastre. Pero también es cierto que lo ascienden desde los números, no desde la diplomacia. Y eso puede jugar en su contra: tendrá que ganarse el respeto de quienes creyeron que los banquetes eran el trabajo.
La Cancillería ya no sólo está rota: está en venta. Y Pablo Quirno es quien recibe la llave del corral.
Que los diplomáticos de traje afinen sus copas: el brindis de privilegio se suspende hasta nuevo aviso. Mientras tanto, el hombre del mercado asume con el traje que obligan las circunstancias, pero con la agenda que impuso el caos.
Y en esa mesa rota, entre la torta derretida del festejo presidencial y los cerdos que seguían brindando a escondidas, empieza otra partida. Quirno ya está sentado. Ahora verá si los que levantan las copas siguen siendo los mismos o… levantan vuelo.