A dos jornadas del 26 de octubre, fecha en que se renueva la mitad de la Cámara de Diputados de la Nación y un tercio de la Senado de la Nación, el gobierno de Javier Milei encara un escenario más complejo de lo que sus propios cálculos presupuestaban.
Las consultoras coinciden en que la imagen de su gestión atraviesa un momento crítico: una encuesta de la consultora Opina Argentina revelaba una desaprobación del 58% hacia el gobierno y una aprobación reducida al 35,3 % en la medición de comienzos de octubre.
La consultora Atlas Intel -la misma que vaticinó con precisión el triunfo de Javier Milei- encendió una nueva alarma: sus últimos sondeos arrojaron que la desaprobación al presidente ya supera el 50% (53,4% según un relevamiento de Management & Fit) mientras la aprobación cae hacia el 43,7%. El dato es doble: no solo la imagen del Gobierno está en caída, sino que la percepción de corrupción, falta de empleo y recesión que lo acompaña podría transformarse en un riesgo de gobernabilidad.
La carrera final de campaña entra en su punto más caliente. Los principales actores políticos intensifican sus actividades de cierre: por ejemplo, La Libertad Avanza (LLA) concretó su acto nacional de clausura en Rosario este jueves, con Milei al frente y una convocatoria masiva de seguidores. Mientras tanto, su principal rival, Fuerza Patria, concentró su energía en la provincia de Buenos Aires, con una movilización territorial reforzada y llamados explícitos a convertir el malestar social en votos de cambio.
El panorama tiene otros focos además de los números: la decisión judicial que restringe la publicación agregada de resultados en tiempo real incrementa la tensión sobre la transparencia del proceso; el anuncio anticipado de cambios de gabinete -en lugar de hacerlo después de la elección- bien puede interpretarse como señal de relanzamiento o signo de inquietud.
El conjunto de estos factores ubica al oficialismo en una condición poco habitual: no sólo se juega ganar, sino también conservar el control de la narrativa. El malestar social acumulado -económico, simbólico, político- lo obligó a reconocer que no basta con el aparato de gobierno. Lo que se definirá este domingo va más allá de los cargos: se medirá si existe suficiente base social, operativa y partidaria para sostener un proyecto que empezó como promesa de rotura, pero que hoy parece necesitar menos choque y más consenso.