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El acercamiento ocurre después de que Trump impusiera aranceles del 50% a productos brasileños, una medida que afectó especialmente las exportaciones de acero y soja. Lula considera que la decisión fue un “error comercial” y busca revertirla argumentando que Estados Unidos mantiene desde hace 15 años un superávit superior a los 400.000 millones de dólares frente a Brasil. El mandatario pretende usar esa cifra como base para reclamar una relación comercial más equilibrada.
El gesto de apertura también responde a un contexto de tensiones diplomáticas recientes, agravadas por las sanciones estadounidenses a figuras brasileñas como el magistrado Alexandre de Moraes, responsable del proceso judicial contra Jair Bolsonaro. Pese a las diferencias ideológicas entre ambos gobiernos, Lula busca proyectar una imagen de estadista pragmático capaz de dialogar incluso con su contraparte más imprevisible. En su entorno aseguran que la prioridad del viaje es defender los intereses económicos brasileños sin renunciar a la soberanía nacional.
La posible reunión con Trump, que aún no ha sido confirmada por la Casa Blanca, podría servir como escenario para redefinir los vínculos hemisféricos. Lula quiere introducir en la agenda el tema venezolano, insistiendo en que cualquier mediación debe basarse en el respeto al derecho internacional y la autodeterminación de los pueblos. El mandatario considera que Brasil puede actuar como un mediador creíble entre Washington y Caracas, reforzando su papel regional.

La estrategia de Lula evidencia su intención de reinsertar a Brasil como actor central en el equilibrio global. Mientras refuerza lazos con China y la Unión Europea, el líder brasileño intenta mantener un canal abierto con Estados Unidos para evitar quedar atrapado en las disputas comerciales y geopolíticas. Este movimiento, según analistas, tiene un componente económico del 70% y otro geopolítico del 30%, orientado a consolidar a Brasil como interlocutor confiable del Sur Global.
La reunión, si llega a concretarse, podría marcar el inicio de una nueva fase en las relaciones bilaterales, menos ideológica y más orientada a resultados. Lula apuesta a que su diplomacia de equilibrio permita preservar los intereses nacionales en un contexto donde Trump vuelve a tensionar el comercio mundial. En ese escenario, Brasil intenta mostrarse como un país que dialoga con todos, pero decide por sí mismo.