Vladimir Putin volvió a exhibir músculo militar y anunció la prueba exitosa de un nuevo misil de crucero con propulsión nuclear. Se trata del 9M730 Burevestnik, conocido en Occidente como “Storm Petrel”, un arma que Rusia considera única en el mundo y que, según sus autoridades, puede volar durante horas con un alcance prácticamente ilimitado.
El ensayo habría confirmado su capacidad para recorrer más de 14.000 kilómetros a baja altitud, un tipo de trayectoria que complica su detección por los radares convencionales. Con esta tecnología, Moscú busca garantizar la posibilidad de atacar desde cualquier dirección, sin depender de las rutas predecibles de los misiles balísticos tradicionales.

El Burevestnik forma parte del programa de modernización armamentística que Putin impulsa desde hace más de una década. A diferencia de los misiles propulsados por combustible líquido o sólido, este modelo utiliza un pequeño reactor nuclear que le permitiría mantenerse en vuelo durante días y modificar su curso en pleno trayecto.
El presidente ruso lo había presentado por primera vez en 2018, junto a otros sistemas que prometían superar las defensas de Estados Unidos y la OTAN. Desde entonces, los ensayos fueron intermitentes y rodeados de secretismo. Algunos fracasaron y dejaron víctimas entre el personal técnico, pero el Kremlin insistió en perfeccionar el diseño.
El anuncio llega en un contexto de tensión renovada con Occidente y mientras continúan los ataques rusos sobre Ucrania, donde al menos cuatro niños y varios civiles resultaron heridos en las últimas horas. La prueba del Burevestnik refuerza el mensaje de Moscú sobre su autonomía militar y su capacidad de respuesta ante cualquier amenaza.

Sin embargo, fuera de Rusia abundan las dudas. Los expertos señalan que mantener un reactor nuclear en vuelo plantea enormes desafíos técnicos y ambientales, además de los riesgos de un accidente que podría liberar material radiactivo. También advierten que su velocidad -menor a la de los misiles hipersónicos- podría limitar su efectividad en combate real.
Con el Burevestnik, Rusia busca consolidar una ventaja estratégica frente a los sistemas antimisiles que Estados Unidos y sus aliados han desplegado en Europa y Asia. Si el desarrollo logra concretarse, marcaría un hito en la historia militar moderna: un arma capaz de recorrer distancias intercontinentales sin necesidad de reabastecimiento y de alterar su ruta en vuelo.
El Kremlin, por su parte, insiste en que su objetivo no es iniciar una escalada nuclear, sino garantizar la “disuasión” frente a posibles agresiones. Pero la prueba de este misil confirma que la competencia tecnológica en materia de armamento estratégico está más viva que nunca, y que la frontera entre la ciencia y la guerra se vuelve cada vez más delgada.