El 29 de octubre de 2024, el este de España vivió el temporal más devastador de su historia reciente. En cuestión de horas, una DANA -Depresión Aislada en Niveles Altos- desató lluvias torrenciales que arrasaron con todo a su paso. Calles convertidas en ríos, viviendas anegadas, autos flotando, pueblos incomunicados. Cuando el agua cedió, la magnitud del desastre era difícil de creer: 229 personas muertas, más de 300.000 afectadas y pérdidas económicas de casi 18.000 millones de euros.
La Comunidad Valenciana fue el epicentro del drama. En menos de un día cayeron más de 700 litros por metro cuadrado, un récord histórico. Los sistemas de drenaje colapsaron, los ríos se desbordaron y los servicios de emergencia quedaron desbordados. Miles de vecinos pasaron la noche sobre los techos de sus casas esperando ser rescatados.

Un año después, las cicatrices aún son evidentes. En varias localidades costeras, los barrios más cercanos a los cauces siguen en reconstrucción. En zonas rurales, muchos agricultores perdieron sus tierras y abandonaron el campo. Algunas familias no pudieron regresar a sus viviendas y dependen todavía de subsidios o ayudas temporales.
Pero el impacto fue también psicológico. En los municipios más golpeados, como Sueca o Alzira, los vecinos hablan del miedo que dejó la tormenta. Cada vez que el cielo se oscurece, se repite la misma pregunta: “¿Y si vuelve a pasar?”.
Tras la tragedia, el Gobierno español declaró el “estado de emergencia climática” en toda la zona mediterránea y puso en marcha un plan de reconstrucción de más de 3.000 millones de euros. El objetivo fue reparar carreteras, reforzar puentes, limpiar cauces y reconstruir viviendas.

También se creó un programa nacional de resiliencia ante fenómenos extremos, con medidas que buscan anticipar los efectos del cambio climático. Una de las principales reformas fue la modernización del sistema de alertas tempranas, coordinado ahora entre meteorología, protección civil y municipios. La idea es que cualquier aviso de DANA active automáticamente un protocolo de evacuación en las zonas de mayor riesgo, algo que no existía antes.
Además, se impulsaron inversiones en infraestructura verde, como diques naturales, canales de contención y sistemas de drenaje urbano sostenible. Algunas ciudades, como Valencia y Castellón, ya incorporan sensores de nivel de agua y radares de lluvia para monitorear en tiempo real la evolución de las tormentas.

Los expertos coinciden en que el fenómeno fue excepcional, pero advierten que no será el último. El aumento de las temperaturas del Mediterráneo incrementa la probabilidad de lluvias torrenciales más intensas y repentinas. Por eso, el gobierno central trabaja junto a la Unión Europea en proyectos de prevención que combinan tecnología, planificación urbana y educación climática.
Aun así, el retorno a la normalidad no fue total. En algunas zonas del interior, la reconstrucción avanza lentamente por falta de recursos y por los trámites burocráticos. Las aseguradoras estiman que solo el 70 % de los afectados pudo recuperar su vivienda o negocio.

La DANA de 2024 no solo dejó destrucción: cambió la manera en que España se prepara para los desastres naturales. Hoy, las simulaciones de emergencia se realizan cada pocos meses, los colegios incluyen protocolos de evacuación y los mapas de riesgo hídrico son públicos y obligatorios para nuevas construcciones.
Un año después, la lluvia dejó de ser solo una amenaza. Es también un recordatorio de la vulnerabilidad humana frente a un clima que ya no responde a patrones previsibles. La costa mediterránea intenta mirar hacia adelante, pero lo hace sabiendo que aquella DANA marcó un antes y un después: el día en que el agua desbordó no solo los ríos, sino también la confianza de todo un país.