Alfredo Paseyro, director ejecutivo de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), analizó el presente del sector, el impacto de la coyuntura macroeconómica, los vínculos con China y Estados Unidos, y los desafíos para la próxima campaña gruesa.
En diálogo con NewsDigitales, el directivo explicó cómo llega la industria semillera a la campaña 2025/26 y cuál fue el impacto en este cluster de los intentos de desregulación del Gobierno nacional, entre otros temas.
-¿Qué es ASA?
-ASA es la Asociación Semilleros Argentinos. Para hacerlo simple: cualquier cosa verde que veamos —un jardín, un parque, un campo o un bosque— tiene detrás un proceso de mejoramiento genético vegetal, todo comienza con una semilla. En Argentina estamos más familiarizados con los cultivos extensivos como soja, trigo, maíz o girasol, pero también hay mejoramiento en flores, pastos, legumbres o tomates. En Países Bajos, por ejemplo, la industria de flores de corte factura más de 4.000 millones de dólares al año. La Asociación nuclea a unas 80 empresas de distintos tamaños y orígenes, en donde conviven pymes, compañías nacionales como Don Mario o Bioceres, y multinacionales. El mejoramiento genético es un proceso largo y complejo que requiere licencias cruzadas entre empresas, lo que genera un ecosistema de cooperación y competencia.
-¿Cómo llega la industria semillera a esta campaña gruesa?
-Como todo el sector productivo, con sus expectativas y esperando una estabilización macroeconómica. En trigo y cebada, por ejemplo, estamos ante una buena campaña, con rindes que podrían ser récord, mientras que en maíz, tras dos años difíciles por la chicharrita, se espera una recuperación. Y en soja, aunque el área sembrada viene cayendo, hubo una mejora importante en la calidad y en la oferta tecnológica, gracias a acuerdos comerciales entre privados.
-¿Cómo está impactando la coyuntura macroeconómica en el sector?
-Los costos de producción presionan mucho y la industria semillera está igual que el resto, esperando más competitividad y estabilidad. Pero hay potencial para crecer y para ofrecer al productor nuevas propuestas, como ya se hizo en soja y ahora se está trasladando a trigo o algodón.
-El Gobierno impulsó medidas de desregulación que generaron debate, sobre todo con organismos como el INTA o el INASE. ¿Esto afectó al sector semillero?
-En nuestro caso, el impacto fue moderado. El INASE, que es el Instituto Nacional de Semillas, tiene un rol clave porque regula el registro de todas las variedades, hubo idas y vueltas institucionales, pero finalmente el Congreso restituyó su funcionamiento. Es un organismo pequeño, con apenas 200 personas, pero con una tarea fundamental y hoy el INASE tiene presidente, estructura y gestión, y estamos trabajando juntos en mejoras y modernización.
-¿Qué hubiera pasado si el INASE se disolvía, como se planteó en su momento?
-Ya nos había pasado en 2001, así que teníamos un “plan B” si el INASE se disolvía: debía crearse una dirección que mantuviera sus cinco funciones básicas, pero por suerte no fue necesario. Argentina forma parte de la UPOV, que es la Organización Internacional de Protección de Obtenciones Vegetales, y el INASE tiene incluso representación directiva allí.
-Mencionó que están incorporando tecnología. ¿En qué están trabajando?
-Estamos implementando métodos de control con marcadores moleculares, que en términos simples, es una herramienta que permite identificar el origen varietal de una semilla con más del 90% de precisión. Es una tecnología nacional que ya se exporta a más de 25 países; además estamos integrando inteligencia artificial al mejoramiento, con sistemas predictivos y procesos de speed breeding que aceleran los ciclos de desarrollo.
-Hace poco el Gobierno habilitó una ventana de retenciones cero que duró apenas tres días. ¿Tuvo impacto en la industria?
-No. Fue una medida de urgencia y de corta duración, Pero dejó una señal importante: el sector agroexportador fue capaz de aportar 7.000 millones de dólares en 72 horas. Ningún otro sector de la economía argentina puede hacerlo. Eso muestra la potencia y la capacidad de reacción del campo.
-Hace unas semanas participaron de una misión público-privada en China. ¿Qué resultados dejó ese viaje?
-Fue muy positivo. Retomamos dos reuniones bilaterales, una sobre biotecnología (vigente desde 2004) y otra sobre semillas (desde 2010). China es un mercado clave: todo evento biotecnológico argentino debe ser aprobado por los países compradores, y China es uno de ellos. También se avanzó en nuevos protocolos sanitarios, como la apertura para exportar trigo partido y la posibilidad de activar exportaciones de maíz.
-¿Qué observaste en China en términos de desarrollo agrícola y tecnológico?
-Una inversión enorme en investigación, biotecnología, educación y logística. Hicimos 1.000 kilómetros en tren bala y vimos campos con maíces de 6.000 a 8.000 kilos por hectárea, en algunos casos con riego en el desierto de Gobi. Además, el Estado subsidia la producción para garantizar el abastecimiento de granos destinados a la cría de pollos y cerdos. Visitamos un frigorífico que faena 10 millones de cerdos al año, más que toda la faena porcina de Argentina.
-China también mostró avances en defensa e innovación. ¿Qué lectura hacen desde el sector?
-Lo observamos desde el plano tecnológico. Hay una inversión sostenida en ciencia aplicada, y eso incluye la biotecnología vegetal. Para la industria semillera argentina, China es un actor al que hay que seguir de cerca.
-En paralelo, el gobierno argentino está fortaleciendo su vínculo con Estados Unidos. ¿Cómo interpretan esa relación desde el sector?
-El presidente definió a Estados Unidos e Israel como socios estratégicos, y eso se está materializando, pero también aclaró que no hay condicionamientos para romper relaciones con China. Desde el sector semillero vemos la relación con ambos países en términos técnicos y comerciales. Si cambian las condiciones de mercado, nos adaptaremos. El vínculo con China tiene más de 20 años y se sostiene con trabajo profesional y cooperación.
-¿Y qué lugar ocupa Argentina hoy en el mapa regional?
-Tenemos una base científica y tecnológica de primer nivel, pero falta estabilidad macroeconómica para aprovecharla. Mientras Brasil duplicó su inversión en mejoramiento, nosotros invertimos menos por falta de previsibilidad. La oportunidad está, y depende de que logremos consolidar un entorno más estable.