Cuba vive horas de tensa expectativa ante la inminente llegada del huracán Melissa, considerado el más poderoso del Atlántico en lo que va del año. Con vientos sostenidos que rozan los 295 km/h, el ciclón amenaza con golpear las provincias orientales, desde Guantánamo hasta Holguín, donde miles de familias se preparan para el impacto. Las autoridades han declarado el estado de alarma ciclónica y suspendido todas las actividades escolares y de transporte público en la región oriental.
La población cubana, acostumbrada a enfrentar tormentas tropicales, expresa esta vez un temor inusual. Los recuerdos del huracán Sandy, que en 2012 devastó Santiago de Cuba, resurgieron entre los habitantes que ahora refuerzan techos, almacenan agua y se refugian en centros comunitarios. Las emisoras nacionales repiten instrucciones de seguridad mientras el gobierno moviliza brigadas eléctricas y sanitarias. “Nunca vi un huracán tan fuerte venir directo hacia nosotros”, dijo una residente local citada por medios estatales.
El Gobierno ha organizado la evacuación de más de 650.000 personas, la mayor movilización civil en la última década. Escuelas, iglesias y viviendas particulares se han convertido en refugios temporales. El Instituto de Meteorología advirtió que el impacto podría incluir marejadas de hasta seis metros y lluvias torrenciales, con riesgo de inundaciones severas. Las autoridades locales priorizan las zonas bajas y costeras, donde el peligro de deslizamientos y cortes eléctricos es mayor.
La infraestructura del país llega debilitada a este nuevo reto. Los cortes de electricidad y escasez de agua potable, agravados por la crisis económica, podrían complicar la respuesta humanitaria. Organismos internacionales alertan que el daño podría ser “devastador” si el ciclón mantiene su fuerza al tocar tierra. Se estima una probabilidad del 80% de daños severos en infraestructura, cultivos y redes energéticas, según fuentes técnicas.
El paso de Melissa pone en evidencia la fragilidad del sistema de emergencia cubano frente a desastres naturales de gran magnitud. Aunque el país cuenta con una reconocida organización civil para la prevención de huracanes, los recursos actuales son limitados: falta combustible, materiales de construcción y medios de transporte para zonas rurales. En algunos municipios, las comunicaciones ya se han visto interrumpidas por los vientos previos al impacto.
El gobierno de La Habana ha solicitado cooperación internacional ante la posibilidad de un colapso parcial en servicios esenciales. La Cruz Roja y la ONU mantienen equipos en alerta en caso de desastre mayor. Expertos regionales estiman que las pérdidas económicas podrían superar los 300 millones de dólares, con un riesgo del 60% de que la recuperación se prolongue por meses.
Esta es la vista a 9.100 mts sobre el huracán Melissa. La enorme tormenta mostrando toda su fuerza mientras las nubes se extienden en espiral por cientos de kilómetros. 😱
— Gracielita #NSB (@gracielita_g) October 29, 2025
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Melissa simboliza el nuevo rostro del cambio climático en el Caribe, donde las tormentas ganan fuerza y frecuencia. Los científicos advierten que los huracanes de categoría 5 podrían duplicarse en las próximas décadas si persisten las condiciones actuales. En este contexto, la adaptación estructural y comunitaria se convierte en una prioridad ineludible para Cuba y la región.
La resiliencia del pueblo cubano será nuevamente puesta a prueba. Su capacidad de organización y respuesta rápida podrá mitigar parte del impacto, pero el escenario exige inversiones sostenidas y cooperación internacional real. En la hora crítica que vive el Caribe, la solidaridad y la preparación podrán marcar la diferencia entre la tragedia y la recuperación.