La guerra en Ucrania volvió a concentrarse en el este. En los últimos días, la ciudad de Pokrovsk, en la región de Donetsk, se transformó en el punto más tenso del conflicto. Allí, las fuerzas ucranianas resisten una ofensiva rusa que avanza sin pausas sobre una zona que tiene enorme valor táctico: quien la controle dominará los principales corredores logísticos de la región.
Rusia lleva semanas intensificando los ataques en torno a la ciudad, con artillería constante, drones y tropas terrestres que intentan cerrar un cerco. Pokrovsk, ubicada a unos 60 kilómetros de la línea de frente original, se convirtió en una especie de escudo para el resto de Donetsk. Si cae, Moscú podría abrir una ruta directa hacia otras localidades que aún permanecen bajo control ucraniano.
Los combates se desarrollan calle por calle, con importantes bajas en ambos bandos. El ejército ucraniano intenta sostener posiciones mientras refuerza los accesos para impedir un bloqueo total. Las autoridades de Kyiv reconocen que la situación es “crítica”, aunque aseguran que no se ha perdido el control de la ciudad.
Pokrovsk tiene una importancia estratégica que trasciende su tamaño. Además de ser un nudo ferroviario y carretero, funciona como base para el transporte de armas, alimentos y personal militar hacia el este. Para Rusia, conquistarla significaría debilitar la logística ucraniana y consolidar su dominio sobre casi toda la región de Donetsk, uno de los principales objetivos declarados por el Kremlin desde 2022.
A tres años del inicio de la invasión, el conflicto parece haber entrado en una fase de desgaste prolongado. La artillería domina los enfrentamientos, mientras los recursos humanos y materiales se agotan. En el caso ucraniano, las demoras en la llegada de ayuda occidental complican la capacidad de respuesta frente a una Rusia que, pese a las sanciones internacionales, mantiene una maquinaria militar activa y disciplinada.

Las consecuencias humanitarias son devastadoras. Miles de habitantes de Pokrovsk y sus alrededores intentan evacuar antes de que la ciudad quede rodeada, en medio de bombardeos que ya destruyeron viviendas, hospitales y escuelas. Las autoridades locales habilitaron centros de asistencia en regiones vecinas, pero el desplazamiento es cada vez más riesgoso.
“Ya no queda nada, ni agua ni luz”, describen los residentes que logran salir. En las zonas más golpeadas, los servicios de emergencia trabajan a contrarreloj para rescatar a los heridos entre los escombros.

Para Ucrania, la defensa de Pokrovsk tiene también un peso simbólico. Representa la capacidad de resistir pese al cansancio, las pérdidas y la desigualdad de recursos. Mantener la ciudad bajo su control no solo significa conservar una posición estratégica, sino también enviar un mensaje al mundo: que el país aún puede frenar el avance ruso.
Sin embargo, los analistas advierten que, si Rusia logra consolidar su ofensiva, el mapa del frente oriental podría cambiar drásticamente, obligando a Kyiv a replegar fuerzas hacia el oeste. A medida que el invierno se acerca, la batalla por Pokrovsk podría convertirse en una de las más determinantes del año, no solo por su valor militar sino por su impacto en la moral de ambos ejércitos y en el futuro de una guerra que, lejos de apagarse, sigue redefiniendo el destino de toda la región.