Con su elegancia habitual, su tono pausado y esa mezcla de serenidad y rebeldía que lo caracteriza, Maxi Trusso visitó El Living de NewsDigitales para dialogar con Chiche Gelblung en una nueva edición del ciclo “Chiche hace memoria”.
El músico y compositor —dueño de una voz inconfundible y una trayectoria singular— abrió las puertas de su vida: sus comienzos entre Roma y Buenos Aires, su relación con la fe, la música, la familia y un episodio que marcó un antes y un después.
Trusso no esquivó el tema que generó titulares: su salto al vacío, literal y metafórico. “No, dolerme no. Todavía un poquito molesto estoy porque llevo un tiempito de recuperación”, contó al recordar el accidente que lo obligó a detenerse. Con sinceridad, reconoció lo que lo llevó hasta ese punto: “Estaba sobrepasado de trabajo, de euforia y de agotamiento.”
A sus 54 años, dice haber aprendido algo esencial: “Uno cree que puede con todo hasta que el cuerpo te dice basta. Hay que frenar antes de que el cuerpo te frene”. Esa experiencia, lejos de apagarlo, lo llevó a reconectar con su espiritualidad y a revisar prioridades.
Su vida tiene un mapa particular. Hijo de un diplomático argentino destinado en el Vaticano, Maxi Trusso creció entre Italia y la Argentina, y de ese vaivén cultural nació su estilo: una mezcla de elegancia europea, sensibilidad argentina y curiosidad sin fronteras.
“Empecé escuchando música y en los 80 el DJ era como el nuevo artista. Entonces tomé esa carrera”, recuerda.
Con el tiempo, ese joven curioso que mezclaba sonidos entre vinilos y sintetizadores se convirtió en un referente de la escena pop con raíces clásicas. “Soy tenor lírico, pero también me gusta la joda”, dice entre risas, definiéndose con una frase que lo retrata entero: un artista que no teme combinar lo culto con lo popular.
La pandemia fue otro quiebre en su historia. Trusso la vivió en carne propia, tanto en Italia como en Argentina, y no duda en expresar su mirada crítica: “Creo que fue sobredimensionado… la Organización Mundial de la Salud es una organización siniestra.”
Su opinión se apoya en vivencias personales —“estaba de novio con la hija de un embajador de la OMS en Jamaica”— y en una reflexión más profunda sobre el miedo, la manipulación y el impacto emocional del encierro.
Sin embargo, detrás de esa desconfianza institucional aparece su costado espiritual. “Rezo, creo bastante. Para tener fe tienen que existir cosas que te hagan dudar”, sostiene. En esa contradicción, quizás, se encuentre la raíz de su búsqueda: la necesidad de creer, incluso después de haber tocado fondo.

En la intimidad de la charla, también hubo espacio para hablar de su vida personal. “Tengo una hija de 24 años, y la adolescencia fue difícil… pero hoy tenemos una buena relación”, contó.
No está casado, aunque admite que le gustaría. Y entre risas, Chiche destacó que parece 20 años más joven de los que tiene: “Debe ser la música”, respondió él.
Su rutina actual combina giras, shows y estudio. “Me dedico a la música, toco todos los fines de semana”, asegura. Entre discos, micrófonos y noches de escenario, se define como alguien que aprendió a equilibrar lo liviano y lo profundo.
Después de años de carrera, Trusso continúa en movimiento. Su vida es un puente entre la creación y la reflexión. “No tengo vértigo, pero aprendí que hay un límite”, confiesa. Y quizás esa frase resuma el momento que atraviesa: el de un hombre que entendió que no se puede vivir a toda velocidad sin mirar hacia adentro.