El gobierno de Claudia Sheinbaum enfrenta su primera gran turbulencia diplomática. La tensión entre México y Estados Unidos se disparó tras los ataques militares estadounidenses en el Pacífico, y dentro de la Cancillería comenzó a correr un rumor: el canciller Juan Ramón de la Fuente podría estar viviendo sus últimos días al frente del servicio exterior. Fuentes diplomáticas citadas por La Política Online señalaron que De la Fuente tuvo una reacción considerada demasiado cauta ante los incidentes, lo que llevó a que fuera la propia presidenta quien fijara la posición oficial del país.
La mandataria, según el reporte, fue quien ordenó dejar claro que México no respalda las operaciones de las fuerzas estadounidenses, que habrían afectado rutas marítimas cercanas al territorio nacional bajo el pretexto de combatir el narcotráfico. El episodio, además de exhibir diferencias de enfoque entre Sheinbaum y su canciller, reavivó tensiones internas en la política exterior mexicana, un área que hasta ahora había sido uno de los pilares más estables del nuevo gobierno.
Desde su llegada al gabinete, De la Fuente ha mantenido una estrategia prudente y técnica, evitando confrontaciones públicas con Washington incluso en temas sensibles como Israel, Venezuela o la cooperación antinarcóticos. Sin embargo, esta postura moderada empieza a chocar con el tono más firme que impulsa Sheinbaum, quien busca proyectar una diplomacia soberana pero sin romper los lazos con Estados Unidos. Su estilo discreto, que le sirvió en Naciones Unidas, ahora genera incomodidad dentro del Palacio Nacional.
Los allegados al canciller aseguran que su intención es preservar los canales diplomáticos abiertos y evitar que la relación con Trump derive en una escalada innecesaria. No obstante, funcionarios del entorno presidencial interpretan su actitud como una falta de reflejos políticos en un momento en que el país necesita posiciones claras frente a la retórica agresiva del mandatario republicano. El resultado es un clima de incertidumbre dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), donde ya se habla de posibles relevos.
La creciente fricción con Washington también ha tensado la coordinación entre las áreas de seguridad y diplomacia. Fuentes de la SRE reconocen que las decisiones operativas del Pentágono en el Pacífico provocaron alarma en el gabinete, especialmente porque México no fue notificado oficialmente. Para el equipo de Sheinbaum, el episodio confirma la necesidad de una revisión integral del vínculo bilateral, mientras sectores opositores acusan al gobierno de falta de firmeza ante la Casa Blanca.
En paralelo, analistas internacionales advierten que la gestión de De la Fuente pende de un hilo político. Su salida, aunque no confirmada, sería interpretada como una señal de endurecimiento diplomático hacia Washington. Pero también podría implicar un riesgo de fractura institucional, justo cuando México intenta consolidarse como interlocutor confiable en la región. La pregunta que divide a la Cancillería es si el país debe responder con diplomacia o con contundencia.
La posibilidad de un cambio en la Cancillería refleja más que un ajuste personal: expone el debate interno sobre el papel de México en el escenario global. Mientras Sheinbaum busca equilibrar firmeza y pragmatismo, el ala diplomática tradicional insiste en que la confrontación directa con Trump sería un error costoso. Por ahora, la presidenta ha optado por el silencio, una señal que muchos interpretan como una pausa estratégica antes de un eventual movimiento.
En este tablero en tensión, De la Fuente encarna la vieja escuela de la diplomacia multilateral, moderada y calculada, frente a un entorno político más áspero y reactivo. Su futuro inmediato podría definir el tono de toda la política exterior mexicana: entre la prudencia que evita incendios y la firmeza que busca respeto. En cualquiera de los dos casos, la frontera entre la diplomacia y la política vuelve a ser, como siempre, una línea en disputa.