El 1 de noviembre se celebra el Día Mundial del Veganismo, una jornada que invita a reflexionar sobre la manera en que nos alimentamos y sobre el impacto que esa elección tiene en el planeta. Lo que comenzó en 1994 como una iniciativa de un pequeño grupo británico hoy es un fenómeno internacional que mueve industrias, transforma costumbres y gana presencia en los cinco continentes.
En Europa, ciudades como Berlín, Londres o Varsovia se convirtieron en epicentros del cambio alimentario, con restaurantes 100 % vegetales, ferias multitudinarias y productos “plant-based” que ya son parte del consumo cotidiano. En Asia, el veganismo se integra con tradiciones locales, mientras Australia y Nueva Zelanda celebran con festivales gastronómicos y charlas educativas. En América Latina, el interés crece entre las nuevas generaciones, impulsado por redes sociales, cocineros locales y empresas que adaptan sus menús para ofrecer versiones sin productos animales.

El auge del veganismo tiene varias raíces. Por un lado, la preocupación ambiental: la ganadería intensiva es responsable de una parte significativa de las emisiones globales y del uso del agua y la tierra. Por otro, la ética animal, que gana espacio en la agenda pública y en la conciencia de los consumidores. También incide la búsqueda de una alimentación más saludable, con dietas basadas en plantas que prometen beneficios para el cuerpo y el entorno. En un mundo atravesado por el cambio climático y la crisis alimentaria, optar por lo vegetal ya no se percibe como una moda, sino como una forma de participación responsable.
Una de las organizaciones que lidera esta transformación es ProVeg International, una ONG presente en más de una decena de países que busca reducir a la mitad el consumo mundial de productos animales para 2040. A través de campañas educativas, asesoramiento a empresas y programas escolares, impulsa políticas alimentarias que promueven un cambio estructural hacia modelos más sostenibles.

Cada año, el Día Mundial del Veganismo se conmemora con eventos, ferias y acciones globales: desde festivales en Melbourne o Londres hasta jornadas de cocina en Ciudad de México, Santiago y Buenos Aires. Restaurantes ofrecen menús especiales, supermercados lanzan promociones y redes sociales se llenan de desafíos como “un día sin carne”. En muchos lugares, la fecha funciona como punto de encuentro entre activistas, nutricionistas, empresas y consumidores que comparten una misma visión: reducir el impacto ambiental a través de la alimentación.
Sin embargo, el camino no está libre de desafíos. En numerosos países, los productos veganos siguen siendo costosos o difíciles de conseguir, y en zonas rurales o de bajos ingresos el cambio alimentario tropieza con hábitos arraigados. También existen debates sobre la calidad nutricional de los alimentos ultraprocesados que se venden bajo la etiqueta “vegano”. Aun así, el sector no deja de crecer y adaptarse: las empresas apuestan por opciones más accesibles y nutritivas, mientras los gobiernos comienzan a incluir la dieta vegetal en sus políticas de sostenibilidad.

El veganismo ya no es sinónimo de exclusión o rigidez, sino una forma flexible de repensar lo cotidiano. En ese sentido, el 1 de noviembre no sólo celebra una tendencia alimentaria, sino una revolución cultural silenciosa: la que busca que, plato a plato, el mundo avance hacia una relación más equilibrada con la tierra y con los seres que la habitan.