04/11/2025 - Edición Nº1001

Internacionales

El dilema de una princesa

De Margarita a Harry: los amores que desafiaron a la corona británica

02/11/2025 | De los sacrificios del pasado a los escándalos actuales, cómo cambió la monarquía.



La princesa Margarita, fue, durante años, el alma más rebelde de la Casa de Windsor. Hermana menor de Isabel II, creció a la sombra de un trono que exigía perfección. carismática, elegante y audaz, encarnaba una mezcla de sofisticación y vulnerabilidad que la hizo irresistible para la prensa y el público británico. Pero detrás de los destellos y los titulares, su vida estuvo marcada por una renuncia que cambió el curso de la monarquía: la de su gran amor, Peter Townsend.

Margarita tenía apenas 17 años cuando conoció a Townsend, héroe de guerra, aviador y hombre de confianza del rey Jorge VI. Él, doce años mayor y recién divorciado, se convirtió en su apoyo emocional tras la muerte del monarca. Entre ambos nació un lazo silencioso, discreto, pero profundo. Durante años se vieron en actos oficiales, viajes y reuniones privadas, hasta que el sentimiento se volvió imposible de ocultar.


Margarita y Peter Townsend, el amor imposible que desafió a la monarquía.

En 1953, poco después de la coronación de Isabel II, una simple imagen -Margarita arreglándole la corbata a Townsend frente a las cámaras- bastó para desatar el escándalo. La idea de que una princesa pudiera casarse con un hombre divorciado era impensable para la Iglesia de Inglaterra, de la que su hermana era cabeza. Las normas eran claras: si seguía adelante con la boda, debía renunciar a sus derechos de sucesión, perder su asignación económica y abandonar buena parte de su vida pública.

Durante dos años, la pareja vivió separada mientras el Parlamento y la Iglesia debatían en silencio qué hacer con aquel amor. Margarita tenía el apoyo popular: el país la veía como una víctima del sistema, una joven a la que se le exigía sacrificar la felicidad por un apellido. Finalmente, el 31 de octubre de 1955, emitió un comunicado oficial: “He decidido no casarme con el señor Townsend. Poniendo las consideraciones de la Iglesia y mi deber hacia la Corona por encima de todo”.

Esa frase marcó el final de una historia romántica, pero también el inicio de una vida fracturada. Años después, se casó con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, con quien tuvo dos hijos y protagonizó una etapa de glamour y libertad poco habitual en la realeza. Sin embargo, los excesos, los conflictos y la soledad terminaron por consumirla. Su salud se deterioró y, con el tiempo, se convirtió en una figura melancólica: la princesa que había tenido el coraje de amar, pero no el poder de elegir.

Un contraste generacional

La historia de Margarita parece hoy una advertencia sobre los límites del deber real. Décadas después, sus sucesores atravesaron sus propios dilemas amorosos, aunque con resultados muy distintos.

Carlos III, hoy rey, desafió la rigidez del protocolo al mantener su relación con Camilla Parker Bowles incluso durante su matrimonio con Diana. Lo que en tiempos de Margarita habría sido una tragedia institucional, terminó siendo aceptado y oficializado: en 2005, Carlos y Camilla se casaron con el beneplácito de la Iglesia y de la opinión pública.


Carlos y Camilla, la relación que décadas después rompió los tabúes que Margarita no pudo desafiar.

Su hermano, el príncipe Andrés, vivió el extremo opuesto. Las acusaciones por abuso sexual y su amistad con el empresario Jeffrey Epstein lo empujaron al descrédito total. Perdió sus títulos y fue apartado de la vida pública, demostrando que los escándalos personales aún pueden sacudir los cimientos de la monarquía.

Y en la generación más joven, el príncipe Harry y Meghan Markle rompieron con las formas desde otro frente: eligieron la independencia. Se alejaron de la institución, denunciaron racismo, manipulación mediática y presiones psicológicas. Lo que en los años 50 se habría callado, hoy se dice en voz alta, incluso a costa del prestigio real.


Harry y Meghan, el nuevo capítulo de una familia real en permanente tensión entre el amor y el deber.

De la represión al desencanto

La historia de Margarita resume una era en la que la lealtad a la corona valía más que el amor. Ella fue la primera en enfrentarse al peso de una tradición que no perdonaba los sentimientos. Con el paso de las décadas, sus descendientes no solo desafiarían esas reglas, sino que las exhibirían ante el mundo.

Del silencio de una princesa que sacrificó su felicidad al ruido mediático de una familia expuesta, la realeza británica se transformó. Pero, al mirar atrás, sigue flotando la misma pregunta: ¿cuánto puede resistir una institución construida sobre el deber cuando el corazón exige otra cosa? La historia de Margarita y Townsend no fue solo una tragedia romántica, sino el preludio de un cambio cultural dentro de la monarquía británica. Donde ella eligió la obediencia, sus descendientes optaron por la libertad, aunque a costa del prestigio, la tradición o el apoyo público.


Margarita, la mujer que eligió el deber antes que el amor y pagó el precio del silencio real.

De un amor silenciado en los años cincuenta a las crisis familiares transmitidas en directo en el siglo XXI, la evolución de la corona refleja su permanente contradicción: mantener el mito mientras sus miembros viven vidas cada vez más humanas. Margarita fue la primera en demostrar que incluso detrás de los muros del Palacio de Buckingham, el corazón no siempre obedece las reglas del deber.