En una época dominada por el entusiasmo revolucionario y la retórica antiimperialista, Carlos Rangel se atrevió a desafiar los dogmas que moldeaban el pensamiento latinoamericano. Su libro Del buen salvaje al buen revolucionario(1976) irrumpió como una sacudida intelectual que cuestionó la narrativa según la cual el atraso de la región era consecuencia exclusiva de la opresión extranjera. Rangel propuso una mirada mucho más autocrítica: la de un continente que, al negarse a asumir su propia responsabilidad, perpetuaba su dependencia y su atraso.
Formado en París, Nueva York y Caracas, Rangel combinó el rigor académico con la pasión del periodista. Fue un defensor temprano del liberalismo clásico, en una región donde la palabra “liberal” había sido desplazada por las utopías colectivistas. Su pensamiento, influido por autores como John Locke, Raymond Aron y Adam Smith, colocó en el centro del debate la libertad del individuo frente al Estado y el derecho de propiedad como condición esencial para la dignidad humana.
En plena Guerra Fría, cuando los discursos populistas y tercermundistas gozaban de prestigio, Rangel se atrevió a advertir que ese camino llevaría a América Latina a la frustración. Criticó la tendencia de muchos gobiernos a convertir al ciudadano en cliente del poder y al Estado en proveedor de favores. Sus ideas fueron recibidas con hostilidad por sectores de izquierda que lo acusaron de “elitista”, pero el tiempo le dio la razón: el auge de los populismos y el estancamiento económico posteriores confirmaron buena parte de sus advertencias.
Su segunda obra, El tercermundismo, profundizó en esa lógica de la dependencia emocional e ideológica que mantenía a la región atada al resentimiento. Rangel sostuvo que no hay libertad posible sin responsabilidad individual, y que la pobreza no se supera con decretos ni discursos, sino con instituciones estables, educación y trabajo productivo. Hoy, su pensamiento resuena en nuevas generaciones que ven en él una alternativa frente al ciclo de promesas incumplidas que persiste en la región.
Carlos Rangel durante un discurso ante la Asociación Venezolana de Ejecutivos, exponiendo su visión sobre las causas estructurales de la crisis venezolana y la necesidad de un cambio en la mentalidad política y económica del país en 1984. Léase bien, 1984. pic.twitter.com/Uz1UN3rEj8
— Venezuela Memorable (@vzlamemorable) October 9, 2025
Treinta años después de su muerte, la obra de Rangel conserva una vigencia incómoda. Sus ensayos y programas televisivos defendieron con valentía una idea esencial: el progreso solo es posible en sociedades libres, donde el individuo asuma su destino sin tutelas ni victimismos. Esa defensa de la razón y la libertad lo convierte en una figura precursora del pensamiento liberal moderno en América Latina.

Releer a Carlos Rangel hoy es un ejercicio de lucidez y de coraje intelectual. Su voz, que alguna vez fue silenciada por la intolerancia ideológica, emerge como un recordatorio de que la verdadera revolución latinoamericana no es la de las armas, sino la de las ideas.