La dirigente peruana Keiko Fujimori anunció oficialmente su cuarta candidatura presidencial, en un intento por recuperar el protagonismo político de su partido, Fuerza Popular, y reconfigurar el panorama conservador del país. El anuncio se produjo el 30 de octubre de 2025, apenas semanas después de que el Tribunal Constitucional archivara el proceso judicial que enfrentaba por presunto lavado de activos, despejando su camino hacia la elección de 2026.
La hija del expresidente Alberto Fujimori afirmó que su decisión responde al “clamor de los peruanos por seguridad y estabilidad”, en un contexto marcado por el desgaste institucional y los cambios frecuentes de gobierno. En sus declaraciones, destacó la necesidad de recuperar la confianza en el Estado y propuso un enfoque de orden y crecimiento económico, similar al modelo que defendió su padre durante la década de 1990.
El anuncio llega en medio de un panorama político incierto. Las encuestas iniciales otorgan a Fujimori alrededor de 7% de intención de voto, ubicándola detrás de figuras emergentes de centro y derecha. Sin embargo, su partido conserva una sólida estructura territorial y una base fiel en sectores conservadores y empresariales. Analistas locales anticipan que su candidatura podría polarizar nuevamente la contienda y movilizar tanto apoyo como rechazo entre los votantes.
El legado de su padre continúa siendo un eje divisorio en la política peruana. Mientras algunos destacan su papel en la derrota del terrorismo y la estabilización económica, otros lo recuerdan por los abusos de derechos humanos y los casos de corrupción que marcaron su gobierno. La figura de Keiko encarna esa dualidad, buscando reivindicar el fujimorismo como una corriente de orden y eficiencia frente al caos político.
Quiero ser presidenta del Perú para devolverle el orden, la autoridad y la seguridad que necesita nuestro país!! 🇵🇪 pic.twitter.com/bHNGAdoun5
— Keiko Fujimori (@KeikoFujimori) October 31, 2025
El principal reto de Fujimori será ampliar su electorado más allá de su núcleo duro y distanciarse de los escándalos de corrupción que han acompañado a su entorno político. Su estrategia apunta a capitalizar el descontento con la clase política tradicional y presentarse como una opción de estabilidad, apelando al cansancio social tras la destitución de varios presidentes en menos de una década.
Los observadores estiman que su candidatura, más que un simple retorno, representa un intento por reordenar el espacio conservador peruano y recuperar influencia en el Congreso. Si logra proyectar una imagen renovada y moderada, podría reposicionarse como una figura competitiva. Sin embargo, las heridas del pasado y la volatilidad del electorado harán de su cuarto intento un desafío mayor que los anteriores.