Cada 3 de noviembre se celebra el Día del Sándwich, una fecha que nació en Estados Unidos pero que en realidad rinde homenaje a un aristócrata inglés del siglo XVIII: John Montagu, 4° Conde de Sándwich. La leyenda dice que, para no ensuciarse las manos mientras jugaba a las cartas, pidió que le sirvieran carne entre dos rebanadas de pan. Aquella ocurrencia cruzó el Atlántico, se volvió costumbre en Norteamérica y, como todo lo que puede comerse sin cubiertos, terminó conquistando al mundo.
En Argentina la historia tomó otro rumbo. No hay castillos ni partidas de póker, pero sí parrillas encendidas, pan fresco y una habilidad innata para transformar cualquier bocado en religión popular. A falta de Earl, sobran choripanes. La comida callejera, de cancha o de ruta, elevó a nuestras versiones locales a la categoría de culto.
A propósito de la efeméride, un ranking inevitable para discutir, pelearse o, mejor aún, salir a comer:
1. Choripán
El rey sin corona. Pan francés, chorizo a la parrilla y la trinidad sagrada: chimichurri, criolla y humo. No necesita presentación ni campaña: alcanza con prender el fuego.
2. Sándwich de milanesa
Patrimonio emocional del interior, con santuario mayor en Tucumán. Pan árabe o sanguchero, milanesa XL, lechuga, tomate, huevo, picante y una máxima nacional: si no chorrea, no vale.
3. Lomito completo
Más “fino”, pero igual de contundente. Lomo a la plancha, jamón, queso, huevo, verduras y papas al costado. En plato es plato; en pan, pura felicidad portátil.
4. Bondiolita
El emblema festivalero. Bondiola tierna, cocción lenta, jugo asegurado. En muchos puestos se suma barbacoa, mostaza o criolla. Ideal para comer parado y con música fuerte de fondo.
5. Sándwich de miga
El distinto del grupo, pero eterno. Frío, prolijo, triple o simple. Jamón y queso, salame y queso o la versión polémica con ananá. No emociona tanto, pero siempre está donde hace falta. Y si se tuesta, se gana un lugar en la merienda sin discusión.
El debate queda abierto, como corresponde a cualquier ranking argentino. Se acepta la grieta, la pasión y, sobre todo, el hambre.