El Metro de Londres, inaugurado en 1863, fue el primero del planeta. Su apertura marcó una nueva era en la movilidad urbana: por primera vez, los londinenses podían cruzar la ciudad sin quedar atrapados en el tráfico de superficie. Pero, con el crecimiento del sistema —nuevas líneas, estaciones y conexiones—, también llegó el caos visual: los mapas intentaban reflejar la geografía real de la capital, con calles, curvas y proporciones exactas, lo que hacía que leerlos fuera casi imposible.
En 1931, un joven dibujante técnico llamado Harry Beck, ingeniero y empleado del Departamento de Señales del Underground, tuvo una idea tan simple como radical. Inspirado en los diagramas eléctricos que trazaba cada día, propuso un mapa sin referencias geográficas ni proporciones reales: solo líneas rectas, ángulos de 45° y 90°, colores distintivos y nombres legibles.
Su razonamiento fue brillante:
“Los pasajeros no viajan por Londres, viajan bajo Londres. Les interesa dónde cambiar de línea, no qué tan lejos están las estaciones.”
Aunque su propuesta fue rechazada en un principio por ser “demasiado abstracta”, en 1933 se imprimió una versión de prueba. El público la adoptó de inmediato: era clara, visual, intuitiva.
El éxito fue tan rotundo que pronto otras ciudades comenzaron a imitarlo. El “mapa de Beck” inspiró los planos de transporte de París, Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Tokio y Madrid, entre muchos otros. Su esquema cambió para siempre la manera de representar el espacio urbano, priorizando la legibilidad sobre la precisión, y convirtió a los mapas del metro en obras de diseño funcional.
Con el tiempo, el diseño de Beck trascendió el ámbito del transporte. Se convirtió en un símbolo del diseño gráfico moderno, expuesto en museos como el Victoria and Albert Museum y el London Transport Museum, donde se conserva la primera versión de su boceto. Incluso inspiró reinterpretaciones artísticas, remeras, afiches y aplicaciones digitales.
Su influencia llegó también al arte y al diseño contemporáneo: fue citado por la escuela Bauhaus como ejemplo de claridad funcional, y en 2006 el público británico lo eligió entre los diez íconos del diseño del siglo XX.
Pese a su impacto mundial, Harry Beck no recibió crédito oficial durante décadas. En los años 60, el Underground encargó rediseños a otros artistas y eliminó su nombre de los créditos. Solo después de su muerte, en 1974, la empresa reconoció su autoría, y hoy su firma figura en las ediciones oficiales del mapa londinense.
En plena era digital, el principio de Beck sigue vigente. Google Maps, Citymapper y el Subte de Buenos Aires usan el mismo lenguaje visual que él ideó hace casi un siglo: líneas simples, color como guía y jerarquía clara de la información. Los primeros bocetos originales, dibujados a mano sobre papel cuadriculado, se conservan hoy en el London Transport Museum, donde se han convertido en una de las piezas más visitadas.

Más de noventa años después, la creación de aquel empleado del metro sigue guiando los viajes de millones de personas y recordando una lección eterna: a veces, simplificar es el acto más revolucionario.