El leasing volvió a ser protagonista de la recuperación económica. Entre enero y septiembre se firmaron 5.442 contratos, lo que implicó un crecimiento interanual del 56%, el nivel más alto desde 2017 para el mismo período.
En un contexto de baja morosidad (0,6%), la herramienta se consolida como un instrumento clave para financiar la compra de bienes de inversión y durables. “Estos resultados confirman que el leasing es un instrumento ágil, seguro y cada vez más utilizado por las empresas argentinas para sostener su ritmo de inversión y crecimiento”, destacó Ramiro Baré, presidente de Leasing Argentina.

El saldo de cartera trepó a $951.671 millones a fines de septiembre —unos 669 millones de dólares—, alcanzando su nivel más alto desde 2019. Según el vicepresidente de la entidad, Nicolás Scioli, “la expansión del leasing está íntimamente vinculada al proceso de reactivación que se observa en múltiples sectores y a la mayor demanda de inversión”.
El repunte acompaña el aumento de la inversión bruta fija nacional, que creció cerca del 20% en el mismo lapso. En ese marco, el leasing se consolida como canal de financiamiento preferido para la compra de bienes de capital.
El 75% de las operaciones se concentró en equipos de transporte y logística, aunque los rubros industriales y de tecnología mostraron los mayores crecimientos: 161% y 66,4%, respectivamente. En total, las operaciones realizadas entre enero y septiembre generaron 3.756 puestos de trabajo directos.
Las pymes fueron el motor de la expansión, con el 45,7% de la cartera total, superando el 42,3% del trimestre anterior. En ese segmento, The Capita Corporation / Banco Comafi lideró el mercado con el 25% de participación, seguido por Supervielle y BICE.
En grandes empresas, HPE Financial Services encabezó con el 27% del total, mientras que en el sector público sobresalió Provincia Leasing, con $38.396 millones. Casi el 97% de las operaciones fueron de leasing financiero, frente al 3% operativo.
El dato político-económico detrás del récord es que el leasing se transformó, sin grandes titulares, en uno de los motores silenciosos de la inversión real: un termómetro que anticipa que la reactivación no depende solo de los mercados, sino del crédito productivo y la confianza empresarial.