En el corazón del Cuerno de África, Etiopía se alza como una de las civilizaciones más antiguas y singulares del continente. Fue el único país africano que logró resistir la colonización europea y conservar su soberanía durante el reparto de África, gracias a su sólida identidad cultural, religiosa y política. Addis Abeba, su capital, se convirtió en símbolo de independencia africana y, décadas después, en sede de la Unión Africana. En ese contexto de orgullo nacional y proyección internacional se inscribe la figura de Haile Selassie I, el último emperador etíope, cuyo reinado marcó una profunda huella en la historia moderna del país.
El pasado 2 de noviembre se cumplieron 95 años de su coronación, una ceremonia que no solo consagró a un monarca, sino que selló el nacimiento simbólico de una nueva era para Etiopía. El evento, celebrado en la majestuosa Catedral de San Jorge de Addis Abeba, fue meticulosamente preparado para impresionar al mundo. Diplomáticos, dignatarios y representantes de múltiples naciones asistieron a una de las coronaciones más fastuosas del siglo XX.
Haile Selassie fue proclamado “Rey de Reyes, León de Judá, Elegido de Dios”, y recibió las insignias imperiales: una espada enjoyada, un cetro de marfil y oro, un orbe, un anillo de diamantes y, finalmente, una imponente corona. Estos emblemas representaban la continuidad de la dinastía salomónica, que afirmaba descender de la Reina de Saba y del Rey Salomón, reforzando la conexión espiritual entre el trono etíope y la tradición bíblica.
Más allá del esplendor ceremonial, la coronación de 1930 simbolizó el paso de Etiopía hacia una monarquía centralizada y modernizadora. Haile Selassie impulsó la abolición de la esclavitud, promovió la educación, redactó la primera constitución escrita del país y consolidó la presencia etíope en la diplomacia internacional. Su figura trascendió fronteras y se convirtió en referente del panafricanismo y la resistencia frente al colonialismo.

El emperador gobernó hasta 1974, cuando fue derrocado por una junta militar que puso fin a la monarquía. Desde entonces, el destino de la corona y otras joyas imperiales permanece envuelto en misterio: muchas desaparecieron o fueron saqueadas durante los años de agitación política.
Hoy, casi un siglo después, la figura de Haile Selassie sigue viva tanto en la memoria etíope como en la espiritualidad del movimiento rastafari, que lo considera una figura divina y símbolo de liberación africana. En Etiopía y en distintas comunidades del mundo, su coronación continúa celebrándose como el eco de un pasado imperial que aún resuena con fuerza.
