El aumento de la esperanza de vida en los países de América, que ya alcanza los 77.2 años, trae aparejado un desafío sanitario de proporciones: la prevención y el tratamiento del cáncer en adultos mayores. Según datos del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, la edad promedio de diagnóstico es de 66 años, el 70% de las muertes ocurre después de los 65 y las personas que superan esa edad tienen once veces más probabilidades de padecer la enfermedad que los más jóvenes.
"Para 2040 se estima que los casos de cáncer en mayores de 65 años se duplicarán. Es una consecuencia directa de vivir más tiempo", explicó Gabriela Bugarín (M.N. 71.988), directora médica de Oncología de MSD Argentina. "Los avances de la ciencia nos permiten alcanzar edades antes impensadas, pero también nos exponen con mayor frecuencia a enfermedades crónicas. En ese contexto, la prevención y la detección temprana del cáncer son cada vez más importantes".

Las proyecciones de Naciones Unidas confirman la tendencia: en América Latina y el Caribe, la población mayor de 60 años se triplicará hacia 2060, pasando de 42 a más de 220 millones de personas. En ese escenario, casi un tercio de la población regional será adulta mayor.
El vínculo entre envejecimiento y cáncer tiene raíces biológicas profundas. "Con el paso del tiempo, las células acumulan alteraciones genéticas y los mecanismos naturales de reparación se vuelven menos eficientes, lo que eleva las probabilidades de que se formen tumores", detalló Bugarín.
Pero la dimensión social es igualmente determinante. "La longevidad saludable no depende solo de la genética", señaló el gerontólogo Carlos Presman (M.P. 17.871). "El acceso al agua potable, una alimentación equilibrada, la posibilidad de realizar actividad física y de mantener vínculos sociales sólidos son factores determinantes para un envejecimiento activo".
Los especialistas subrayan un concepto crucial: la edad cronológica no siempre refleja la edad biológica. "Cada paciente es diferente. Algunos tienen 80 años y un estado funcional excelente, y otros 65 con múltiples comorbilidades. Por eso es clave evaluar cada caso de manera integral", explicó Presman.
Este enfoque es particularmente importante porque las enfermedades crónicas que suelen coexistir en esta etapa –como hipertensión, diabetes o insuficiencia cardíaca– pueden complicar tanto el diagnóstico como el tratamiento del cáncer.

Frente a este escenario complejo, la Evaluación Geriátrica Integral (EGI) se consolidó como una herramienta fundamental en oncología. "El tratamiento en personas mayores requiere un equilibrio más cuidadoso", indicó el oncólogo clínico Diego Kaen (M.P. 1.898). "Comorbilidades pueden limitar las opciones terapéuticas y hacer más complejo el balance entre riesgo y beneficio".
La EGI evalúa funcionalidad, cognición, nutrición, comorbilidades, estado emocional, entorno social y riesgos de toxicidad frente a los tratamientos. Su aplicación permite diseñar estrategias personalizadas y mejorar los resultados clínicos.
Kaen destacó que, además de los tratamientos farmacológicos, los cuidados de soporte son esenciales: "Una buena alimentación, el ejercicio adaptado, la hidratación y el acompañamiento emocional son tan importantes como la terapia en sí para mejorar la calidad de vida".
Vivir más años es un logro que exige repensar las estrategias de prevención y cuidado. En un mundo que envejece aceleradamente, la detección temprana, los hábitos saludables y un abordaje integral de la salud se perfilan como las claves para transformar la longevidad en bienestar duradero.