También quedaron libros y películas para profundizar en el tema. ¿Qué es el terrorismo doméstico? ¿Qué pasó en Oklahoma City en 1995? ¿Por qué en Estados Unidos los locos crecen como hongos?
La voladura con explosivos de la central del FBI en Oklahoma City es considerado el atentado doméstico (americanos contra americanos) más mortífero de la historia de los Estados Unidos, dejando un saldo de 168 muertos entre ellos 20 niños, y un centenar de heridos. El artífice fue un veterano de la Guerra del Golfo, Timothy McVeigh, que se había radicalizado contra las medidas de control de armas del gobierno de Clinton y quiso vengarse de los federales por dos hechos previos: la redada de Ruby Ridge en 1992 y el asedio de Waco en 1993. El caso de Ruby Ridge fue un enfrentamiento entre los federales y una familia fuertemente armada en una región boscosa de Idaho, que dejó un saldo de tres muertos, entre ellos un chico de 14 años. Un año después, tuvo lugar el asedio de Waco,Texas, en el que murieron devorados por el fuego más de 80 integrantes de la secta religiosa los Davidianos de la Rama, fanáticos del apocalipsis, liderada por el rockero frustrado que se creía Dios, David Koresh. El enfrentamiento de Ruby Ridge no sólo inspiró a Veight para llevar a cabo su terrible masacre, sino que se convirtió en bandera de grupos antigubernamentales, proarmas y supremacistas, precursores del amplio y nutrido movimiento MAGA del siglo XXI.
Exactamente cuatro años después del atentado de Oklahoma, en Estados Unidos se estrenó el thriller psicológico Arlington Road. Temerás a tu vecino (1999) que hace referencia a estos acontecimientos o al menos está inspirado en ellos. La película, que vimos por recomendación del foro cabaretero del E.G, está protagonizada por Jeff Bridges, Joan Cusack y el gran Tim Robins, y nos introduce en la paranoia suburbana y el miedo que sembró el terrorismo doméstico en la Norteamérica de fin de siglo.
Bridges encarna a Faraday, un profesor de historia estadounidense, atormentado y obsesionado con las conspiraciones tras perder a su esposa en un operativo del FBI (una redada casi idéntica a la de Ruby Ridge) mientras que Tim Robbins y Joan Cusack componen una pareja de vecinos perfectos que más allá de su servicial comportamiento esconden algo siniestro que despierta las sospechas de su viudo y mortificado vecino.
Salvando todas las distancias, Arlington Road, dirigida por Mark Pellington, recupera en los 90 algo de la herencia de los thrillers paranoicos de los años 70 que, como hicieron The Conversation o All the President's Men (solo por nombrar las más icónicas) demostraban la desconfianza en el gobierno de los Estados Unidos y las corporaciones pos-Watergate. A diferencia de estos clásicos, en Arlington Road el mensaje político está más bien diluido o lavado, y en cambio tienen mayor relevancia los giros efectistas, del suspenso y el terror psicológico, más acorde a la cultura del entretenimiento de la época en medio del ‘fin de la historia’. Un Estados Unidos hegemónico a nivel mundial por entonces solo miraba al espacio para buscar en la ficción una amenaza a la altura.
Algunas críticas de este thriller noventero recomiendan no sobreanalizarlo demasiado porque pueden encontrarse más de una inconsistencia de la trama, algunas más bien absurdas o grotescas que, en todo caso, funcionan para incrementar la histeria persecutoria a ambos lados de la pantalla. De todos modos el film se defiende solo al representar el clima de desconfianza que minaba los hogares del sueño americano que por ese entonces, ya empezaba a descomponerse en trauma.
Para rastrear los orígenes del terrorismo nacional en Estados Unidos hay que remontarse, por lo menos, al período posterior a la Guerra de Secesión, con la creación del ku kux klan, ese club de exsoldados confederados en Tennesse que aterrorizaron a la población afrodescendiente del sur durante más de un siglo. El propio Veight formaba parte de esa larga tradición de cristianismo reformado blanco, patriotismo sin impuestos, férrea defensa de la Segunda Enmienda, y la obsesión por la teoría racista y conspiranoica del gran reemplazo. Hoy no son pocos los demócratas que trazan una línea de continuidad entre Timothy Veight y los trumpistas que tomaron el Capitolio en enero de 2021.
Es cierto que el atentado del 11 de septiembre cambió las coordenadas de la violencia en suelo estadounidense, y en el enroque domestic terrorism por foreign terrorism, el mundo libre entró al nuevo milenio bajo la amenaza del extremismo islámico. Pero como todo lo que saca “afuera” vuelve a entrar por la ventana, los ataques y complots domésticos no cesaron sino que fueron en aumento. Según un informe del centro de estudios bipartidista de Washington D.C. la CSIS.ORG publicado en 2024, los ataques terroristas nacionales y conspiraciones contra objetivos gubernamentales motivados por creencias políticas partidistas en los últimos cinco años son casi el triple de los incidentes de este tipo en los últimos 25 años.
Si bien la película nunca aclara a qué organización antigubernamental pertenecen los amables vecinos, ni profundiza en sus motivaciones ideológicas, deja entrever que son apenas ejecutores de un plan mayor, piezas de una maquinaria invisible. Las conspiraciones existen -no como verdades absolutas, sino como motores históricos-. El mundo avanza entre sus fracasos y consecuencias imprevistas.
Tiendo a pensar que la realidad, más que el diseño perfecto de un puñado de mentes siniestras, es el resultado de muchos planes -geniales o torpes- que salieron mal. Que fallan. Que se les escapan de las manos incluso a quienes los idearon. La historia, en ese sentido, es un catálogo de conspiraciones frustradas, donde casi siempre se maniobra sobre los efectos y nunca sobre las causas.
En su propio “ni vencedores ni vencidos”, Estados Unidos sigue atrapado en un bucle de traumas sin resolver. No son nuevos cortes, sino viejas heridas mal suturadas que, cuando se abren, derraman sangre en suelo norteamericano. Lo que cambia es el contexto: un ecosistema de desinformación, fake news y razonamientos de marco teórico woke, que convierten la paranoia en militancia y la sospecha en virtud. En esa guerra por el relato, todos se creen rebeldes mientras repiten las líneas de guión que alguien, en algún servidor remoto, escribió para ellos.
Cada cual elige la teoría que mejor se adapta a su miedo. Lo que antes era propaganda ahora se llama algoritmo, y lo que antes era paranoia hoy se llama sentido común. Quizás esa sea la nueva forma del terrorismo doméstico. No el que vuela edificios, sino el que perfora conciencias. El enemigo ya no viene de afuera; habita en el timeline, en el comentario anónimo, en la indignación programada que nos mantiene siempre en guardia.
Porque, al final, creer en todas las conspiraciones te hace un boludo, pero no creer en ninguna también.