Brasil dio un paso decisivo hacia el capitalismo verde con la creación del Fondo Bosques Tropicales para Siempre (FTTT), presentado en Belém durante la cumbre climática de la ONU. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva anunció que el país aportará mil millones de dólares iniciales y aspira a reunir más de diez mil millones en capital público hasta 2026. La meta es transformar la protección de la selva amazónica en un modelo de inversión sostenible, donde conservar sea tan rentable como explotar.
La iniciativa se enmarca en el resurgimiento del liderazgo brasileño en la agenda climática. Con la Amazonía representando el 60% de su territorio forestal, Brasil se coloca al frente de una nueva diplomacia ambiental basada en la cooperación Sur-Sur. El fondo nació con el respaldo de Noruega, Indonesia, Francia y Portugal, que ya comprometieron aportes por 5.500 millones de dólares. Para Lula, este esquema no solo protege los ecosistemas, sino que redefine la manera en que el mundo entiende la financiación del clima.
El FTTT forma parte de un proyecto mayor, el Tropical Forests Forever Facility (TFFF), que busca movilizar 125.000 millones de dólares en capital privado y público a nivel global. Su principio es claro: los países que reduzcan la deforestación recibirán pagos proporcionales a su desempeño, mientras que quienes destruyan bosques perderán beneficios. El modelo traslada las lógicas de los mercados financieros a la conservación, generando un sistema de recompensa económica por la protección ambiental.
Este nuevo paradigma busca consolidar un equilibrio entre rentabilidad e impacto ecológico. Un 20% de los beneficios se destinará a comunidades indígenas y locales, reconociendo su papel como guardianes de la selva. Sin embargo, el desafío radica en medir de manera confiable los resultados: cuántas hectáreas se preservan, cuántas emisiones se reducen y cuánto capital realmente retorna. La transparencia será la clave para evitar que el mecanismo se diluya en promesas sin impacto real.
Análise: O presidente Lula tenta exercer protagonismo mundial no Meio Ambiente articulando a criação de um fundo para financiar países que tenham sucesso em reduzir desmatamento. O alcance da proposta, contudo, pode ser comprometido pelo cenário internacional complexo. pic.twitter.com/LXWvxxXbwb
— Valor Econômico (@valoreconomico) November 7, 2025
El éxito del fondo dependerá de que conservar bosques sea más rentable que talarlos. Sin incentivos claros, los mercados podrían seguir apostando por la explotación minera o agroindustrial. Además, existe el riesgo de que el esquema sea capturado por grandes corporaciones que utilicen el lenguaje ecológico como fachada de negocios tradicionales. Si el modelo logra equilibrar beneficios y justicia climática, podría convertirse en una herramienta revolucionaria para la financiación sostenible.
En paralelo, el fondo refleja la ambición de Brasil por reposicionarse como potencia ambiental tras años de aislamiento. Su liderazgo podría influir en otros países amazónicos, impulsando una coalición regional por la selva tropical. Pero también pondrá a prueba la capacidad institucional brasileña para administrar fondos de tamaña magnitud, garantizar transparencia y mantener la confianza internacional.
O governo está otimista com os aportes ao Fundo Florestas Tropicais para Sempre, lançado na COP30. O Brasil conseguiu atrair mais de metade da meta, de US$ 10 bilhões, e traça estratégias para alcançá-la.
— GloboNews (@GloboNews) November 7, 2025
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El Fondo Bosques Tropicales para Siempre simboliza el intento de reconciliar economía y ecología en el siglo XXI. Si logra atraer inversores y demostrar resultados tangibles, Brasil podría liderar una nueva era de capitalismo verde, donde el valor del bosque se mida no por su tala, sino por su permanencia. La credibilidad de esta apuesta marcará el rumbo del financiamiento ambiental en las próximas décadas.
En caso contrario, el proyecto quedará como otro ensayo fallido en la larga búsqueda de compatibilizar desarrollo y sostenibilidad. La historia reciente de la Amazonía demuestra que el discurso verde no basta: se necesitan mecanismos efectivos, voluntad política y una supervisión constante para que el bosque deje de ser visto como frontera de explotación y se convierta, de una vez, en patrimonio económico global.