El ex mandatario Jair Bolsonaro atraviesa uno de los momentos más difíciles de su carrera política. El Supremo Tribunal Federal de Brasil confirmó esta semana su condena a 27 años de prisión por presunto intento de golpe de Estado tras las elecciones de 2022, una decisión que ha dividido profundamente al país y encendido un debate sobre la imparcialidad del sistema judicial.
Para los millones de brasileños que aún respaldan a Bolsonaro, el fallo no representa justicia, sino una persecución política disfrazada de legalidad. Argumentan que el proceso estuvo plagado de irregularidades y que los jueces actuaron con una motivación ideológica más que jurídica. Sus abogados sostienen que el ex presidente nunca ordenó acciones violentas y que su discurso posterior a los comicios buscaba transparencia electoral, no subversión.
El rechazo de la apelación refuerza la percepción de que Bolsonaro fue juzgado por sus ideas y no por sus actos. Juristas conservadores y ex magistrados advierten que la sentencia sienta un precedente peligroso para la democracia brasileña, ya que criminaliza la protesta política y erosiona la independencia de los líderes opositores. En un país históricamente polarizado, el caso reabre viejas heridas entre el poder judicial y la sociedad civil.
A pesar de la dureza del fallo, el exmandatario mantiene una base social activa y un respaldo popular que supera el 30%. En distintas ciudades, sus seguidores han salido a las calles con banderas de Brasil, reclamando la revisión de la causa y la liberación de quien consideran un preso político. En redes sociales, el movimiento #BolsonaroInocente se volvió tendencia en pocas horas.
Libertem Bolsonaro pic.twitter.com/tyH1DYTXaw
— Rachel Block (@rachel_blo9944) November 7, 2025
El caso refleja un desequilibrio entre justicia y política. La concentración de poder en el Supremo Tribunal, encabezado por figuras cercanas al oficialismo, alimenta sospechas sobre una persecución planificada para eliminar a Bolsonaro como actor político de cara a las próximas elecciones. Su inhabilitación temporal lo excluye del escenario electoral, pero su figura continúa influyendo en la derecha regional.
Mientras tanto, Bolsonaro cumple arresto domiciliario, afectado por problemas de salud, y promete resistir. “No me rindo. La verdad prevalecerá”, declaró a sus seguidores desde su residencia en Brasilia. Su entorno confía en que nuevas apelaciones o presiones internacionales puedan revertir la condena. En paralelo, distintos partidos opositores articulan su defensa política bajo el lema “sin libertad no hay democracia”.
Bolsonaro preso. Motivo? Pasmem. pic.twitter.com/ZV7RyE1tHQ
— Nikolas Ferreira (@nikolas_dm) August 4, 2025
Para sus simpatizantes, Jair Bolsonaro encarna hoy una lucha contra la manipulación judicial y el avance del autoritarismo judicial en Brasil. Lo que comenzó como un juicio por responsabilidades políticas se ha convertido en un campo de batalla ideológica entre dos visiones del país: una que busca disciplinar la disidencia y otra que reclama independencia y soberanía.
Con su figura proscrita, el ex presidente parece más un símbolo que un líder activo. Pero su caso trasciende lo personal: es un espejo de las tensiones que atraviesan las democracias latinoamericanas, donde la línea entre justicia y poder político se vuelve cada vez más difusa.