El episodio de Francisca, una anciana del poblado de El Cobre, en la provincia cubana de Granma, se volvió viral tras reclamar directamente al presidente Miguel Díaz-Canel: “No tenemos cama”. Su frase, captada por cámaras de ciudadanos, simbolizó el cansancio de una población que sufre carencias básicas en medio de la peor crisis económica del país en tres décadas. Lo que parecía un gesto espontáneo de desesperación terminó, sin embargo, convertido en un caso de retractación forzada con sello oficial.
Días después del reclamo, un nuevo vídeo mostró a la misma mujer agradeciendo efusivamente a la Revolución y al comandante Fidel Castro. La grabación, difundida por la primera secretaria del Partido Comunista en Granma, Yudelkis Ortiz Barceló, exhibió una versión corregida de la historia: la crítica transformada en devoción, la necesidad reemplazada por gratitud. La escena pasó de un reclamo doméstico a un acto de propaganda emocional cuidadosamente coreografiado.
El gobierno cubano ha desarrollado una sofisticada estrategia de reeducación mediática: quienes expresan descontento pueden reaparecer en pantalla exaltando los logros del sistema. Este mecanismo busca demostrar que el malestar no es oposición, sino malentendido; que el ciudadano inconforme, una vez “ilustrado”, se reconcilia con el poder. En términos simbólicos, es un modo de reafirmar que el discurso oficial es el único permitido.
Casos similares se han registrado con médicos, madres y jubilados que, tras quejas públicas, reaparecen en medios estatales ofreciendo disculpas o agradecimientos. La retractación pública no solo neutraliza la protesta, sino que funciona como advertencia: quien alza la voz corre el riesgo de ser exhibido hasta aceptar la versión oficial. Este tipo de control no necesita fuerza visible; basta la presión moral y el miedo a la exposición.
🇨🇺 | La dictadura cubana acaba de condenar a seis jóvenes a cinco años de PRISIÓN por tocar la cacerola en una protesta por los apagones en la isla.
— Agustín Antonetti (@agusantonetti) October 24, 2025
El Observatorio Cubano de Derechos Humanos ha podido acceder al documento de las condenas.
Esta es la cruel realidad de Cuba. pic.twitter.com/lbjJHC27Kh
Transformar el dolor en lealtad es una táctica de supervivencia del discurso revolucionario. En un contexto de escasez y descontento, el régimen apuesta por mantener vivo el mito fundacional de gratitud eterna hacia la Revolución. Mostrar a una mujer pobre agradeciendo por lo que antes reclamaba es una forma de domesticar la queja y blindar la imagen del poder ante las cámaras y las redes.
Sin embargo, la difusión viral del primer vídeo dejó al descubierto la fragilidad de ese relato. Lejos de consolidar obediencia, la retractación forzada provocó indignación dentro y fuera de la isla. Para muchos cubanos, el episodio resume el dilema actual: o se agradece lo insuficiente, o se padece el silencio impuesto.
Régimen humilla a anciana maltratada por Díaz-Canel: la exponen para retractarse en redes #Cuba.
— Mario J. Pentón (@MarioJPenton) November 10, 2025
Después de que una anciana de El Cobre apareciera en un video reclamando a Miguel Díaz-Canel por haber perdido su cama tras el paso del huracán Melissa, el gobierno difundió otra… pic.twitter.com/4I1iWhTTSt
El caso Francisca revela cómo el autoritarismo puede operar bajo formas suaves y cotidianas: el control de la palabra, la gestión del miedo y la fabricación de consenso. Cada vídeo de agradecimiento es una pieza del engranaje de legitimidadque mantiene al sistema en pie. Pero también muestra un agotamiento: la necesidad de reconstruir constantemente la fidelidad de una sociedad que ya no cree del todo.
A largo plazo, la represión simbólica puede ser más corrosiva que la física. Cuando el poder obliga a la población a representar su propio agradecimiento, la obediencia se vuelve teatro y la fe, una coreografía vacía. En esa contradicción se juega el destino de la narrativa cubana contemporánea.