16/11/2025 - Edición Nº1013

Internacionales

Espionaje británico

Condenan al “falso James Bond” por ofrecer secretos a Rusia

12/11/2025 | Howard Phillips recibió siete años de prisión tras intentar entregar datos del exministro de Defensa a supuestos agentes rusos.



A sus 66 años, Howard Phillips pasó de la rutina de un trabajo burocrático a protagonizar uno de los episodios más insólitos del espionaje británico. Excontratista informático del Ministerio de Defensa, acostumbrado a tareas técnicas y sin acceso a secretos relevantes, decidió embarcarse en una fantasía de agente doble. Durante meses, intentó ofrecer sus servicios a lo que creía eran agencias de inteligencia extranjeras, convencido de poder vivir su propia versión de una película de espías.

Su historia tomó un giro inesperado cuando comenzó a comunicarse con dos supuestos representantes de la inteligencia rusa. Se hacían llamar “Dima” y “Sasha”, pero en realidad eran oficiales encubiertos británicos que habían sido alertados de su intento de contacto con embajadas extranjeras. En esas conversaciones, Phillips llegó a ofrecer información sobre el entonces secretario de Defensa, Grant Shapps, incluyendo su domicilio particular, su número de teléfono y la ubicación de su avión privado.


El entonces secretario de Defensa, Grant Shapps, fue el objetivo de los intentos de espionaje: el acusado había ofrecido su dirección y datos personales a quienes creía agentes rusos.

El operativo terminó el 16 de mayo de 2024, cuando fue arrestado por la unidad de contrainteligencia en su casa de Essex. Tras una extensa investigación, un jurado lo declaró culpable el 22 de julio de 2025 del delito de “asistencia a un servicio de inteligencia extranjero”, una figura introducida recientemente en la legislación británica de seguridad nacional.

La sentencia se conoció el 7 de noviembre de 2025: siete años de prisión por intentar colaborar con una potencia extranjera. Durante la lectura del fallo, la jueza Bobbie Cheema-Grubb sostuvo que el acusado “estuvo dispuesto a traicionar a su país por dinero” y describió su comportamiento como una mezcla de ambición y delirio. Según la evaluación del tribunal, de haberse tratado de verdaderos espías rusos, la información que ofreció habría puesto en riesgo la seguridad de altos funcionarios.

Las autoridades no revelaron la prisión en la que cumplirá la condena, una medida habitual en casos vinculados a seguridad nacional. Desde el gobierno británico se subrayó que la sentencia demuestra que “la seguridad del país no está en venta” y que cualquier intento de colaboración con servicios extranjeros será castigado con severidad.


La jueza Bobbie Cheema-Grubb encabezó el juicio en el tribunal de Winchester y afirmó que Phillips “estuvo dispuesto a traicionar a su país por dinero”.

El caso generó un fuerte impacto mediático, no solo por su trasfondo político, sino también por el perfil del acusado. Phillips se veía a sí mismo como un “James Bond de la vida real”: hablaba de misiones secretas, veía películas de espionaje y afirmaba tener “habilidades especiales” para operar encubierto. Su entorno lo describía como un hombre obsesionado con el protagonismo y con un sentido exagerado de su propia importancia.

Más allá del carácter casi caricaturesco del episodio, el caso puso de relieve los riesgos que enfrentan las democracias modernas ante individuos que, movidos por la fantasía o el dinero, pueden poner en jaque la seguridad nacional. También reavivó las tensiones entre Londres y Moscú en un contexto de creciente desconfianza internacional y operaciones de inteligencia cada vez más sofisticadas.


El tribunal de Winchester fue el escenario del juicio que terminó con la condena de Howard Phillips, acusado de intentar colaborar con una potencia extranjera en una operación de espionaje.

Estas tensiones tienen raíces claras: desde el apoyo decidido del Reino Unido a Ucrania tras la invasión rusa, hasta acusaciones recíprocas de espionaje, sabotaje cibernético y expulsiones diplomáticas por parte de ambos gobiernos. Por ejemplo, el Reino Unido ha señalado que Rusia lleva a cabo una campaña activa de espionaje e "influencia extranjera oculta", mientras que Moscú ha acusado a diplomáticos británicos de actividades de inteligencia en su territorio, lo que ha derivado en expulsiones y recriminaciones públicas.

En este marco, cada intento de colaboración de ciudadanos de un país con servicios de inteligencia de otro adquiere un efecto multiplicador: no solo es un delito individual, sino que se inscribe en una narrativa de conflicto estratégico entre estados que se observan y se vigilan mutuamente.