La tragedia de Armero, ocurrida en 1985 tras la erupción del Nevado del Ruiz, marcó un antes y un después en la gestión del riesgo volcánico en Colombia. Miles de vidas se perdieron cuando los lahars descendieron sin aviso suficiente sobre la ciudad, dejando en evidencia la ausencia de sistemas de monitoreo y una cultura de prevención prácticamente inexistente. A cuarenta años del desastre, las instituciones aún reconocen que fue ese golpe humano el que obligó al país a mirar de frente a sus volcanes.
Seis años después, pero al otro lado del mundo, el Monte Pinatubo en Filipinas entró en erupción, liberando una de las columnas eruptivas más grandes del siglo XX. Aunque el impacto material fue enorme, la anticipación científica permitió evacuar a miles de personas antes del evento principal, demostrando que la vigilancia adecuada puede revertir el destino de comunidades enteras. La comparación entre ambos episodios sigue siendo un punto de referencia central en la gestión contemporánea del riesgo.
Los casos de Armero y Pinatubo comparten un elemento crítico: la presencia de flujos de lodo volcánico, capaces de devastar ciudades enteras en minutos. En Colombia, el desconocimiento generalizado sobre la naturaleza del Nevado del Ruiz impidió dimensionar el peligro real, mientras que en Filipinas, a pesar de la magnitud de la erupción, los sistemas de observación permitieron actuar con mayor rapidez y decisión.
El desarrollo institucional tras ambos desastres también siguió rutas divergentes pero complementarias. Colombia creó sus observatorios volcánicos en Manizales, Pasto y Popayán como respuesta directa a la tragedia de Armero, mientras que Filipinas consolidó un modelo de cooperación internacional con agencias como el USGS. En ambos casos, la inversión en ciencia, tecnología y educación pública se convirtió en la principal herramienta para reducir la exposición.
Comunicado sobre los 40 años de la tragedia de Armero. pic.twitter.com/qrGy4AQMPH
— US Embassy Bogota (@USEmbassyBogota) November 13, 2025
Las dos experiencias muestran que la percepción social del riesgo sigue siendo un factor determinante. Cuando un volcán lleva décadas sin actividad, la población tiende a subestimar el peligro, aun cuando los científicos advierten señales tempranas. Esta brecha entre conocimiento técnico y confianza comunitaria continúa siendo uno de los desafíos más complejos en países con volcanes activos.
🇵🇭 FILIPINAS: VOLCÁN LANZA CENIZAS A TRES MIL METROS DE ALTURA
— Andrés Repetto (@andresrepetto) November 13, 2025
Un vídeo en cámara rápida muestra el humo elevándose del volcán Taal durante su última erupción.
El Instituto Filipino de Vulcanología y Sismología confirmó que la erupción fue freatomagmática, un fenómeno que… pic.twitter.com/LIAQcGtlA0
De Armero a Pinatubo, la principal advertencia es clara: ningún periodo de calma garantiza seguridad. La única estrategia eficaz es sostener sistemas de monitoreo robustos, reforzar la comunicación de riesgo y asegurar que las comunidades entiendan las amenazas que enfrentan. El futuro de las zonas volcánicas depende, en gran medida, de cuánto se aprenda de estas tragedias.