Durante décadas fue un rumor escalofriante, casi inverosímil: extranjeros que viajaban a Sarajevo, en pleno asedio, para disparar contra civiles como si fuera un macabro deporte. Hoy, la Fiscalía de Milán investiga si esa práctica —descrita como “safaris humanos”— existió realmente durante la guerra de Bosnia en los años noventa, y si ciudadanos italianos pagaron sumas altísimas para convertirse, por unos días, en francotiradores en las colinas que rodeaban la ciudad.
La investigación surge a partir de documentos, testimonios y grabaciones que aseguran que estos viajes incluían vuelos hacia Serbia, traslados clandestinos a Bosnia-Herzegovina y jornadas enteras en posiciones de tiro utilizadas por milicias locales. Según la denuncia, los participantes pagaban entre 80.000 y 100.000 euros por acceder a zonas de combate, y algunos testimonios indican que incluso se cobraba un extra por disparar a menores.

El asedio de Sarajevo (1992-1996) fue uno de los episodios más brutales de las guerras yugoslavas: casi cuatro años de encierro, bombardeos diarios y francotiradores apuntando a cualquier persona que se moviera en la ciudad. Más de 11.000 civiles murieron durante el sitio, que se convirtió en un símbolo mundial de la violencia indiscriminada y del fracaso de la comunidad internacional para proteger a la población.
En ese escenario surgió la tristemente célebre “avenida de los francotiradores”, un corredor urbano donde caminar podía costar la vida. Desde las montañas cercanas, los tiradores elegían a sus víctimas al azar: estudiantes, ancianos, periodistas, mujeres que intentaban conseguir agua. La idea de que extranjeros viajasen allí para participar por diversión agrava aún más la dimensión del horror.
Los documentos entregados a la justicia italiana hablan de hasta cien posibles participantes. Algunos habrían tenido vínculos con grupos extremistas; otros, simplemente una fascinación morbosa por las armas y la guerra. La denuncia incluye relatos de antiguos agentes de seguridad bosnios que aseguran haber visto a italianos en posiciones de tiro junto a milicias serbobosnias.
Un documental emitido hace dos años reavivó el tema, sumando testimonios y pistas sobre estos supuestos viajes organizados. Esa difusión mediática impulsó a las autoridades a retomar el asunto con mayor profundidad.
El fiscal italiano Alessandro Gobbis ya convocó a testigos y prepara pedidos de cooperación a Bosnia-Herzegovina. Las autoridades bosnias anticiparon su disposición a colaborar en todo lo necesario, mientras que funcionarios serbios históricamente han minimizado estos relatos, calificándolos como exageraciones o mitos de guerra. Aun así, las nuevas pruebas obligan a reexaminar ese discurso.
Aunque la causa generó un impacto mediático inmediato, las reacciones políticas fueron deliberadamente cautas. En Italia, ni el gobierno ni figuras de alto nivel se pronunciaron directamente, aunque sectores de la derecha advirtieron en medios que “no debe criminalizarse a ciudadanos por hechos no verificados de hace tres décadas”. Desde la oposición, en cambio, reclamaron que la investigación avance sin lecturas partidarias. En Bosnia-Herzegovina, las autoridades reforzaron su voluntad de cooperar, mientras que en Serbia volvió a resonar el discurso habitual que minimiza estos testimonios. Ese silencio calculado refleja la sensibilidad de un asunto capaz de reabrir heridas profundas en la región.

A treinta años del conflicto, Bosnia continúa lidiando con las consecuencias políticas y sociales de la guerra: comunidades divididas, tensiones étnicas persistentes y una memoria traumática difícil de procesar. Esta investigación abre la puerta a una dimensión casi desconocida del conflicto y pone en debate la responsabilidad internacional en crímenes de guerra que nunca fueron completamente esclarecidos.
Si se confirma la existencia de estos safaris humanos, Italia podría convertirse en el primer país europeo en juzgar a sus propios ciudadanos por asesinatos cometidos como “turistas” en territorio extranjero. El proceso promete ser largo, pero podría reescribir uno de los capítulos más siniestros —y menos explorados— de la guerra de Bosnia.