La espera de los municipios bonaerenses se convirtió en un vía crucis administrativo: el tiempo pasa, los fondos no llegan y la Provincia de Buenos Aires, lejos de ofrecer previsibilidad, profundiza la incertidumbre. El recorte de Nación golpea, pero la administración de Axel Kicillof suma un condimento propio: discrecionalidad, retrasos y deudas que se acumulan con los 135 distritos, incluso con los gobernados por intendentes alineados al oficialismo.
Los reclamos se multiplican. Desde fondos educativos que se achican sin explicación hasta adelantos que jamás se acreditan, los intendentes navegan una tormenta fiscal creciente. El cambio unilateral del Fondo Provincial Compensador —que pasó de un mecanismo automático a uno manejado a discreción por ARBA— redujo dos tercios de los envíos y dejó a los municipios sosteniendo escuelas, comedores y reparaciones edilicias con lo poco que tienen. La frase que circula entre consejeros escolares es brutal: “Las aulas no esperan, los giros sí”.
El ahogo también llegó desde donde menos lo esperaban: el Banco Provincia. La histórica “muleta financiera” de los distritos aplicó límites severos a los descubiertos, estrangulando la capacidad de los gobiernos locales para afrontar sueldos o aguinaldos. La medida —que el oficialismo disfraza de ordenamiento financiero— no hizo más que acelerar el ajuste en municipios grandes y pequeños.
A las demoras en obras y programas, se suman las deudas de IOMA, que directamente ponen en jaque a los sistemas de salud municipales. Casos como los de Trenque Lauquén y Madariaga exponen una realidad incómoda: hospitales que cubren déficits multimillonarios mientras esperan pagos que no llegan. Lo que antes se resolvía con una llamada ahora requiere peregrinar a La Plata buscando respuestas que nunca son definitivas.
En diálogo con este medio, intendentes como Esteban Reino (Balcarce) y funcionarios como Alfredo Zambiasio (Trenque Lauquén) coinciden en un punto: el “buen diálogo” con la Provincia no alcanza. Sin previsibilidad, sin actualización de coeficientes y con un sistema de distribución que se ajusta según conveniencia política, la relación se tensa. Las obras que avanzan dependen de fondos propios; los compromisos firmados, de promesas difusas.
Mientras Kicillof busca endeudarse para cubrir viejos compromisos, los intendentes sostienen con recursos locales infraestructura, salud, educación y programas que la Provincia debería financiar. La brecha entre discurso y realidad se agranda, y en ese margen crece una sensación incómoda: que el federalismo provincial es más declamativo que efectivo, y que el ajuste se hace, aunque nadie quiera asumirlo.