La inauguración de la Liga de Naciones el 15 de noviembre de 1920 representó el primer intento sistemático de construir un orden internacional basado en la cooperación y la seguridad colectiva. Tras la devastación de la Primera Guerra Mundial, las potencias aliadas impulsaron un organismo que pudiera prevenir nuevas conflagraciones mediante mecanismos de arbitraje y un marco diplomático estable. Aunque el proyecto despertó expectativas significativas, desde el inicio enfrentó tensiones entre ambición normativa y realidades geopolíticas.
La primera asamblea en Ginebra reunió a representantes de más de 40 países en un clima de optimismo cauteloso. El acto inaugural no solo selló la entrada en vigor del Pacto de la Liga, incluido en el Tratado de Versalles, sino que también formalizó la creación de órganos permanentes dedicados a la salud pública, el trabajo, el desarme y la administración de mandatos. Sin embargo, la ausencia de Estados Unidos -impulsor intelectual de la iniciativa- anticipó las limitaciones estructurales que el organismo enfrentaría en su misión.
Uno de los desafíos centrales de la Liga fue el principio de unanimidad para adoptar decisiones de peso, lo que dificultó respuestas rápidas ante agresiones o crisis interestatales. Esta dinámica permitió que estados revisionistas pusieran a prueba los límites del sistema, mientras que otros miembros preferían evitar confrontaciones directas para proteger sus intereses. El equilibrio entre idealismo jurídico y pragmatismo político marcó desde temprano el rumbo ambiguo de la institución.
Asimismo, la estructura del sistema de mandatos colocó bajo supervisión internacional territorios antes controlados por los imperios vencidos. Aunque presentado como un mecanismo de estabilidad y desarrollo, el modelo generó debates sobre soberanía, administración colonial y legitimidad internacional. La falta de herramientas coercitivas verdaderamente efectivas acentuó la percepción de que la Liga dependía más de la voluntad política de sus miembros que de su arquitectura institucional.

A pesar de su incapacidad para frenar el avance de regímenes expansionistas en la década de 1930, la Liga produjo innovaciones clave que sobrevivieron a su disolución. La Organización Internacional del Trabajo, los comités técnicos y los primeros sistemas de estadística global crearon precedentes sólidos para la futura gobernanza multilateral. Las discusiones tempranas sobre refugiados, tráfico de personas y salud internacional se convirtieron en pilares de organismos especializados posteriores.

La experiencia acumulada entre 1920 y 1946 permitió identificar fallas de diseño, vacíos de autoridad y vulnerabilidades frente a crisis globales. Por ello, la arquitectura de la ONU incorporó elementos correctivos: decisiones más flexibles, un Consejo de Seguridad con poder efectivo y un sistema de agencias autónomas inspirado en los comités técnicos de la Liga. Si bien el organismo original no logró su propósito fundacional, su legado configuró el andamiaje del orden internacional contemporáneo.