16/11/2025 - Edición Nº1013

Opinión


Arte, fe y controversia

“Desear lo sagrado”: LUX, de Rosalía

16/11/2025 | “LUX”, el nuevo disco de Rosalía, desató una polémica que revela las tensiones entre arte, espiritualidad y corrección ideológica en la cultura contemporánea.



Hace unos días salió LUX, el disco de Rosalía, y mucho antes de poder escucharlo por lo menos una vez ya había gran despliegue de opiniones, juicios, interpretaciones infinitas e indignaciones varias. Los señalamientos fueron desde “Rosalía se volvió de derecha” a “el catolicismo se puso de moda”. Para resumir lo que ya sabemos todos, lo hayamos escuchado o no, nos guste Rosalía o no, se trata de un disco conceptual que refleja la búsqueda espiritual de la artista, quien, en sus palabras, se inspiró en santas y poetas místicas.

Como compositora Rosalia incursionó en la música lírica y orquestal, y en muchos géneros folclóricos ibéricos (el fado, rancheras, flamenco, etcétera). En este disco Rosalía canta en 13 idiomas. Es su cuarto álbum de estudio, le llevó tres años producirlo y según contó ella misma, no hay intervención de inteligencia artificial en todo el proceso creativo.

Ahora pasemos al coro de indignaciones. Apenas salió el videoclip de Berghain, el primer corte del disco, Rosalia apareció planchando y tendiendo su cama con iconografía católica detrás. Enseguida, podemitas y afines interpretaron con sagacidad un mensaje de sumisión peligrosamente embellecido. Advirtieron que esa “estética conservadora remite a posiciones ideológicas en las que las mujeres tenemos menos derechos”. También criticaron la “pérdida de agencia” que denota la foto de la portada del disco, en el que la cantante tiene una cofia de monja y aparece con los brazos sujetados por dentro del vestido. La periodista peruana Laura Arroyo, también denunció que Rosalía debería ocuparse en sus canciones de temas como la desocupación o el hambre mundial en lugar de hacer apología conservadora de la religión.

Según estos activismos, la búsqueda de belleza por parte de una artista es, en sí misma, un gesto reaccionario, salvo que permanezca alineada a su tabla de mandamientos. Una tabla que establece, por ejemplo, que una mujer que plancha su ropa o tiende su cama en un videoclip pueda ser sospechada de colaboracionista del orden patriarcal. La verdadera despolitización proviene justamente de esa paranoia: un sistema de alertas que pretende anticipar lo no anticipable, el efecto imprevisible que una obra pueda tener sobre un individuo. La reacción progresista propone entonces suspender la búsqueda y cualquier experimentación que nos enfrente a la ambigüedad. Convierte al arte en un terreno de opiniones morales, un espacio donde el riesgo está prohibido y la interpretación debe seguir un protocolo, más o menos claro, y en lo posible evidente. Un arte sin misterio, sin pliegues, sin preguntas

Detrás de la supuesta claudicación feminista de Rosalía, volvieron a la carga los inquisidores laicos con eso de que el catolicismo “se puso de moda”. Este fenómeno estaría íntimamente ligado a la ultra mega derechización de la juventud en ciernes. Es posible que esta lectura esté fundada en el equívoco de ver en el cristianismo una ideología y en la tradición algo meramente performativo mas no constitutivo. De ahí surgen las estereotipadas declaraciones adolescentes anticatólicas, siempre toleradas y asimiladas en nuestra cultura como un gesto de rebeldía de bajo presupuesto. Lo curioso es que, al mismo tiempo, nadie dude ni deje de señalar el problema que atraviesan las sociedades occidentales. Su exposición total a la lógica única del consumo, como esa fe en la nada que vacía de sentido cualquier experiencia espiritual, estética o política.

El autodiseño y las identity politics son conceptos tan verdaderos como el hecho de vivir en estado de impugnación permanente, en el que la desconfianza es un reflejo condicionado. ¿Desde cuándo Rosalía es tan católica? ¿Pose mística o devoción sincera?  Ya lo dijo hace unas semanas Marco Mizzi en este texto publicado en Revista Panamá Contra estar en contra: "El héroe moderno de la sospecha no construye, tiene que contentarse con administrar su propio escepticismo. Es una burocracia de la nada (...) La política, el arte y el pensamiento se deslizan por la pendiente del mismo gesto: la denuncia”. También dice: “Todo ateo añora en secreto un Dios que pudiera refutarlo. El descreído contemporáneo se imagina libre, pero en el fondo está atado a su propia desconfianza. (...) Creer es un acto indecente. Exige desnudez. Es un exceso. Un creyente comete el error de tomarse en serio lo que ama. Incluso sin entender demasiado por qué lo hace. Incluso si eso le hace daño. Nuestra época no perdona esa cursilería. El problema es que sin heridas es imposible asomarse a la verdad”.

La verdad es que si la religiosidad de Rosalía es una impostura, marketing o demagogia no es necesariamente relevante en la discusión. En todo caso, su obra revela un deseo de lo sagrado y eso para algunos es imperdonable. La cuestión sería responder, y sin morderse la cola con la sociología de internet, si puede existir una búsqueda genuina de la espiritualidad unida a una tradición, en el laberinto de espejos rotos que es nuestra época. ¿Por qué a los propagandistas del deseo les cuesta tanto conceder que haya búsquedas que no redunden en uno mismo? Como si el famoso “prohibido prohibir” se invirtiera y en realidad todo estuviese prohibido salvo la primera persona del singular.  

La relación entre lo humano y lo divino no es patrimonio exclusivo del arte, pero es donde mejor se expresa, incluso durante siglos fue el medio más propicio para acceder a lo divino, a lo trascendente. Los cristianos sabemos que lo humano puede ser divino, y que la búsqueda de la belleza y de la verdad, es un camino hacia ello. Por lo tanto no hay ni habrá una búsqueda espiritual que sea ilegítima o falsa porque es la inclinación natural del humano, mirar para arriba. También comprender que no todo está en nuestras manos ni depende de nuestra “agencia”.

De todas las entrevistas que estuvo dando para promocionar el disco, Rosalía dejó por lo menos dos o tres definiciones modestas pero interesantes: "Tengo más un sentimiento de Dios que una idea. No soy capaz de ponerlo con palabras, por eso hice 'LUX'". También confesó que mientras trabajaba en su obra, formándose, estudiando y leyendo a autoras como Simon Weill y a poetas místicas  y santas de todas las culturas, como Juana de Arco, Santa Rosa de Lima, Santa Clara de Asis y Santa Teresa, entre otras, se había propuesto empezar a “desear poco". Quizás en sociedades como las nuestras, hiperestimuladas por el consumo de objetos e identidades políticas, de ostentación obscena incluso por parte de muchas y muchos colegas de Rosalía, compartir la idea de desear poco sea por lo menos más movilizante e inquietante que un posteo en instagram cocinando cookies con la cara del candidato del partido demócrata. O más disruptivo que pedirle a tu público que en las próximas elecciones “voten bien”.

Sobre esto vale la pena hacer un inciso. El twerking como único recurso imaginativo de liberación femenina, supuestamente honesto, supuestamente no impostado. La escena imitada del beso que Madonna, Britney y Christina Aguilera protagonizaron en 2003, pero que más de veinte años después pretende venderse como rebeldía ¿Acaso no asombra el contraste entre la obra de Rosalía y lo que tienen para ofrecer muchas artistas del pop local? Como esos apuntes viejos de la facultad, fotocopiados sobre la fotocopia hasta que ya no queda ni rastros de qué leer. O como esos 300 gramos de paleta Paladini, cortados en fetas absolutamente idénticas entre sí, que uno compra cuando no tiene ganas ni imaginación para cocinar.

Los artistas sin obra -o los famosos empeñados en parecer artistas- se multiplican. Todo se reduce a repetir un gesto sin origen, un movimiento sin nervio, una transgresión convertida en cálculo. Son los transgresores módicos, los rebeldes de entrecasa, el eterno retorno de una provocación sin riesgo. En esa llanura sin relieve, Rosalía aparece como una anomalía luminosa, casi insolente por contraste.

La arrogancia de endilgarle el mote de facho a todo lo que no gusta, incomoda o no se comprende, coincide muchas veces con esas cuestiones que suelen sustraerse al mercado y a sus lógicas. Desde ya que la catalana en cuestión de horas puso su disco en el top de Spotify. Hace unos meses nosotros también nos emocionamos, a pesar de Netflix, con El Credo de la Misa Criolla mientras veíamos arder una iglesia, convirtiéndose en defensa y último refugio de los sobrevivientes en ese capítulo de El Eternauta de Bruno Stagnaro. Porque además de ser usuarios de plataformas de extracción de datos como Netflix, como Spotify o como X, compartimos una fe, un idioma, una historia común y por supuesto, a Ariel Ramírez, Mercedes Sosa y también a Rosalía.