El 19 de noviembre es una fecha clave para uno de los territorios más pequeños —y más llamativos— del planeta. Ese día, en 1297, comenzó la historia del Principado de Mónaco, cuando François Grimaldi, un noble genovés conocido como “Il Malizia” (“el Astuto”), protagonizó una de las escenas más legendarias de la Europa medieval.
Según los relatos históricos, Grimaldi logró entrar a la fortaleza que controlaba la roca de Mónaco disfrazado de monje franciscano. Los guardias, creyendo que se trataba de un religioso que pedía refugio, abrieron las puertas sin dudar. Detrás de él, ocultos en la oscuridad, esperaban sus hombres armados. En cuestión de minutos tomaron el castillo y aseguraron el control del territorio. Ese episodio, mitad estrategia militar y mitad anécdota épica, es considerado el acto fundacional del principado que hoy gobierna la misma familia desde hace más de siete siglos.

Con el tiempo, Mónaco pasó de ser un enclave disputado entre potencias mediterráneas a transformarse en una monarquía estable, gobernada por los Grimaldi salvo por breves interrupciones. Su ubicación estratégica entre Francia e Italia, su puerto natural y su capacidad para negociar autonomía fueron clave para su supervivencia.
A lo largo de los siglos, el control de los Grimaldi no siempre fue continuo. Hubo momentos en que potencias vecinas intervinieron directamente: primero Génova recuperó temporalmente la fortaleza durante disputas internas italianas; más tarde, en el siglo XVI, Francia ocupó el territorio para asegurar su influencia en el Mediterráneo. También durante la Revolución Francesa, Mónaco fue anexado y perdió por completo su autonomía hasta la caída de Napoleón. Recién en 1814, con la restauración europea, los Grimaldi recuperaron el principado y comenzaron a construir la estabilidad que lo caracteriza hoy.

Hoy, Mónaco es uno de los Estados más peculiares del mundo: tiene apenas dos kilómetros cuadrados, una población que ronda los 40.000 habitantes y una de las rentas per cápita más altas del planeta. No tiene impuesto a la renta para los residentes, atrae fortunas internacionales, se convirtió en un centro financiero importante y es sede del prestigioso Gran Premio de Fórmula 1, además del famoso casino de Montecarlo.
Pero más allá del lujo y el glamour, Mónaco es también un Estado con fuerte identidad propia. Y justamente el 19 de noviembre es su celebración más importante: el Día Nacional, una jornada que combina tradición histórica con protocolos contemporáneos. La fecha no recuerda la toma de la fortaleza de 1297, sino que fue establecida por la propia familia Grimaldi en tiempos modernos. Tradicionalmente, el Día Nacional de Mónaco se elige según el santo del príncipe reinante. Por eso, desde el ascenso de Alberto II en 2005, el festejo quedó fijado el 19 de noviembre, día de San Raniero, en honor a su padre, el príncipe Raniero III.

“El santo del príncipe reinante” es la festividad religiosa asociada al santo patrono que lleva su nombre. En Mónaco, la tradición es elegir el Día Nacional en función de esa fecha litúrgica. Por eso, desde el gobierno de Raniero III -y por decisión de su hijo Alberto II- la celebración se mantiene el 19 de noviembre, día de San Raniero.”
Las festividades incluyen actos militares, ceremonias religiosas en la Catedral de Mónaco, discursos del príncipe Alberto II y actividades culturales abiertas al público. También se suma la clásica aparición de la familia real en el balcón del Palacio del Príncipe, un gesto que suele atraer a residentes, turistas y medios de todo el mundo.
El día recuerda no solo el origen medieval del principado, sino también la continuidad de una dinastía que logró mantenerse en el poder adaptándose a cada época: desde la nobleza feudal hasta el presente marcado por el turismo de lujo, los negocios internacionales y la diplomacia europea.
La familia Grimaldi mantiene una de las dinastías más antiguas de Europa y participa cada 19 de noviembre en los actos oficiales del Día Nacional.A más de 700 años del episodio del “monje franciscano”, Mónaco sigue siendo un caso único: un territorio diminuto con una influencia global desproporcionada, sostenido por una mezcla de historia, estrategia y capacidad de reinventarse.