El debate económico en República Dominicana se reavivó tras la denuncia de que el país habría caído al “último lugar en crecimiento”. La afirmación, impulsada por Melanio Paredes, reabre la discusión sobre los límites de un modelo que durante años fue presentado como exitoso. El contraste entre la imagen de liderazgo caribeño y las señales recientes de enfriamiento alimenta un clima de inquietud social y disputa política. Este escenario permite observar cómo el crecimiento deja de ser un indicador neutro y pasa a convertirse en un terreno de confrontación.
Al mismo tiempo, el caso de Perú ilumina un fenómeno similar: una economía celebrada por dos décadas como la “estrella” del crecimiento regional y que hoy enfrenta una desaceleración persistente. En ambos países, la narrativa del dinamismo perdió fuerza al ritmo de la caída de la inversión, la presión sobre los salarios reales y la dificultad para sostener la expansión productiva. La comparación no solo es útil: ayuda a identificar patrones que están reconfigurando el crecimiento latinoamericano.
La pugna por explicar el enfriamiento económico aparece en los dos casos. En República Dominicana, el Gobierno atribuye la desaceleración a factores externos, mientras la oposición apunta a errores internos, especialmente en materia de salarios reales, MiPymes y estabilidad macro. Perú vivió una tensión similar: argumentos oficiales centrados en la pandemia y el contexto global chocaron con diagnósticos que responsabilizan la inestabilidad política, el freno a la inversión y la falta de reformas de productividad.
La discusión se intensifica porque la pérdida de dinamismo afecta directamente el bienestar. En ambos países, la inflación acumulada presiona a los hogares, mientras la informalidad —crónica en Perú y creciente en ciertos nichos dominicanos— limita la capacidad de recuperación. Las cifras agregadas dejan de ser suficientes: el foco se desplaza a la calidad del crecimiento, quién gana y quién queda relegado.

El retroceso relativo de República Dominicana y Perú invita a preguntarse si se trata de un tropiezo coyuntural o de una señal más profunda. Lo que emerge es la hipótesis de un modelo que muestra fatiga: alto crecimiento inicial basado en sectores dinámicos, pero con productividad estancada, mercados laborales frágiles y poca diversificación. Cuando los motores principales se debilitan, la vulnerabilidad se hace evidente.

Ambas trayectorias sugieren que la región enfrenta un punto de inflexión. El discurso de liderazgo económico ya no basta si no se acompaña de mecanismos que protejan ingresos, impulsen innovación y sostengan la inversión. República Dominicana y Perú ofrecen una advertencia compartida: sin un salto de calidad en el modelo, la promesa de crecimiento estable puede diluirse con rapidez.