Osvaldo Zabala y Eduardo Frezza, figuras centrales de la banda El Reloj, se sentaron en El Living de NewsDigitales con el periodista Juan Ignacio Provéndola para repasar medio siglo de ruta y electricidad. Coincidieron en que, en los ’70, cruzar la General Paz era casi una hazaña. Zabala lo sintetizó sin filtro: “Realmente había una barrera”. Y agregó: “Nos sentíamos visitantes cada vez que pisábamos Capital hasta que llenamos salas en provincia y los empresarios del centro dijeron: ‘Epa, ¿qué pasa acá?’”.
La marea empezó en Lomas del Mirador, donde la cultura del barrio les marcó la brújula. Pegaban afiches a mano, anunciaban fechas en cines y generaban avalanchas inesperadas. Frezza recordó: “En el Cine Monumental de la zona entraron cien personas y quedaron muchas afuera”. Y completó con otro relato muy gráfico: “La gente rompió los vidrios".
Antes de abrazar la independencia, la banda fichó por RCA Víctor, una histórica compañía discográfica. También hicieron un videoclip cuando el concepto todavía no existía. Frezza lo planteó con humor: “Firmabas contratos que duraban para siempre. En esa época no medíamos consecuencias”. Y Zabala lo sostuvo con otra postal: “Nos decían ‘esto es lo que hay’ y nosotros firmábamos porque queríamos tocar y grabar”.
La fuerza del Oeste empujó a El Reloj hasta el Luna Park, que pisaron en septiembre del 75, cuando el rock aún no tenía derecho de piso en ese estadio. Zabala fue directo al punto:
“Nos venían a buscar productores del centro, pero tenían ideas muy distintas a las nuestras, entonces no pudimos transar con ellos, pero ahí nos convertimos en una banda independiente".

El mítico videoclip de Alguien Más en quien confiar se rodó en las inmediaciones de Mansión Seré, un antiguo centro clandestino de detención, sin que supieran lo que pasaría allí después. Filmaban con guitarras falsas y un “fantasma” en calzoncillos cuando irrumpieron los militares. Zabala lo recordó así: “Nos sacaron a todos al grito de '¡alto!', pero llegamos a terminar el video”. Y Frezza sumó: “Ni sabíamos dónde estábamos. Pensábamos que era una casa vieja cualquiera”.
Los músicos también repasaron recitales donde la época pesaba tanto como el volumen. En Ramos Mejía, la energía de El mandato se desbordó: “Era un tema muy energético, despertaba cosas”, explicó Frezza. Y remató sin atenuantes: “No era pogo, era piñas y sillazos”. Zabala coincidió: “A veces teníamos que frenar porque nos tiraban contra los equipos. Era un momento bravo del país”.
Hoy, El Reloj volvió a sonar globalmente gracias a la serie de El Eternauta, que incluyó dos canciones de su simple más vendido. Zabala recordó: “Ese disco llegó a casi cien mil copias”. Y Frezza completó la escena: “Con eso girábamos por todos lados; te subías a un tren y alguien tenía el simple en la mano. Era muy loco”. La aparición en una producción masiva los reconecta con nuevas generaciones que descubren la banda desde cero.
La Legislatura porteña homenajeará a la banda en la Plaza del Cañón de San Justo, el lugar donde forjaron su identidad. Zabala lo describió largamente: “Volver ahí es raro porque pasaron cincuenta años, pero al mismo tiempo es como si no hubiera pasado nada. Todo empezó en esas calles y en esa plaza. Éramos pibes que querían tocar y no pensábamos en nada más”. Frezza acompañó con una segunda reflexión:
“Para nosotros es un cierre y un comienzo. Lo que hicimos quedó, pero todavía tenemos cosas que decir. Es un reconocimiento que sentimos nuestro porque está en nuestro territorio”.
La memoria del rock vuelve a latir donde nació.