Proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1996, el Día Mundial de la Televisión nació para destacar el rol del medio que garantiza:
a. El acceso a la información.
b. La construcción de debates públicos.
c. La circulación y conexión global de contenidos que enriquecen la cultura.
Según la directora del Área Comunicación y Cultura de FLACSO, Belén Igarzábal:
“La mirada peyorativa desde sectores intelectuales sobre este medio audiovisual y la dicotomía entre televisión y cultura podrían buscarse también en una tensión previa entre la imagen y la escritura, o entre la emoción y la razón”.
A pesar de las predicciones apocalípticas que acompañaron la irrupción del streaming, la televisión tradicional mantiene su capacidad de convocar audiencias masivas, sobre todo en transmisiones en vivo y coberturas especiales. No desapareció: mutó y sigue marcando agenda.
La historia televisiva nacional arranca en 1951 con la primera transmisión oficial impulsada por Jaime Yankelevich. Desde entonces, la industria produjo figuras, formatos y programas que definieron épocas enteras. Entre crisis económicas, innovaciones tecnológicas y cambios en los hábitos de consumo, la TV argentina se mantiene como una referencia diaria en millones de hogares.

La digitalización y la televisión abierta digital terrestre -como la Televisión Digital Abierta, lanzada en 2009- ampliaron el acceso gratuito a señales educativas, culturales y regionales. Esto permitió que provincias y municipios desarrollaran canales propios y acercaran contenidos locales a sus comunidades, algo impensado en la primera era de la TV analógica.
Incluso en un ecosistema dominado por plataformas, esta infraestructura pública sostiene un derecho esencial: que la información no dependa exclusivamente de la capacidad de pago, sino de la necesidad democrática de estar comunicados.La televisión también dejó una huella profunda en el desarrollo político y social del planeta.
La aparición de señales informativas globales en los años 80 -como CNN en 1980- transformó la forma en que el mundo seguía guerras, elecciones y crisis humanitarias en tiempo real. Esa inmediatez redefinió la relación entre ciudadanía y poder, porque los gobiernos comenzaron a comprender que un acontecimiento transmitido en directo podía tener mayor impacto que cualquier discurso oficial. La TV se volvió un actor geopolítico involuntario: un escenario donde la historia no solo se cuenta, sino que sucede delante de millones de ojos.