Jon M. Chu habla rápido, apasionado, como si la cámara siguiera encendida incluso fuera del set. Y tiene sentido: toda su vida fue eso, una mezcla de movimiento, sueños y trabajo. “Crecí en un ambiente donde el sueño es real”, nos dice, evocando los días en el restaurante familiar, donde entre servilletas dobladas y tareas escolares le regalaron su primera cámara. “Soy producto de esa idea de esperanza”, señala.
Hoy, esa esperanza tiene forma de franquicia global: Wicked, el fenómeno musical que Chu convirtió en evento cinematográfico con Ariana Grande y Cynthia Erivo como protagonistas. Con el estreno de la segunda parte, el director se permite algo que pocas veces hace un blockbuster: pensar en el mundo, en la gente, en el impacto. “¿Todavía podés tener alegría en un mundo que se siente como un desastre? Eso me pregunto. Y eso se pregunta la película”.

“¿Cómo se crea un cuento de hadas? ¿Todavía existen? ¿Todavía podés tener esperanza y alegría en un mundo que es un desastre a tu alrededor?”, expresa Chu.
Para él, hacer Wicked en plena adultez, siendo padre, lo obligó a mirarse distinto: “Convertirme en padre me hizo preguntarme qué historia quiero contarles a mis hijos. Qué libro les dejo. No somos ni completamente buenos ni completamente malos. Cada día elegimos”. Esa idea -la del bien, el mal, la elección- es el corazón de la película. Y también explica por qué la segunda parte viene con un pulso emocional más fuerte.
Hay un momento que Chu vuelve a nombrar una y otra vez: la última canción. Quería que la escena final tuviera un sentimiento particular: “Le pedí a John Powell (compositor) que sonara como una odisea espacial, una aventura enorme por delante, no como algo deprimente. Quería que las posibilidades siguieran siendo grandiosas, incluso en esa pequeña ventana donde decidimos quiénes somos”.
La película -dice- no es una tragedia. Es una elección.
Wicked 1 y 2 se filmaron juntas. Y la etapa de montaje fue un caos hermoso: “Le pedí al estudio: si me dan 15 semanas, les muestro las dos películas. Fue un dolor de cabeza. Les dije: no quiero notas sobre la segunda película, no la quiero mirar todavía”.
Recién este año volvió a verla. Y ahí descubrió algo clave: “El público ya está con las chicas. No necesitaba flashbacks ni recordatorios. Quieren saltar de lleno. Eso me dio libertad como cineasta”. Y remata con la frase que se volvió mantra del equipo creativo: “Es sobre las chicas, estúpido. Cada vez que dudábamos, volvíamos a eso”.
Hay algo profundo en cómo Chu habla de los personajes: “Elphaba puede ser Jesús si querés. Está literalmente dándonos el libro y dejando que decidamos. ¿Quién vamos a ser?”.
Para él, la película tiene la potencia de un mito moderno. “No es sobre política; es sobre naturaleza humana, sobre qué hacemos cuando tenemos poder o cuando se lo damos a otros”, expresa. Una lectura que, más que nunca, parece dialogar con el mundo actual.

En otra parte de la charla, Chu recuerda cómo construyeron la intimidad emocional entre Elphaba (Cynthia Erivo) y Fiyero (Jonathan Bailey): “Buscábamos la verdad. La música tiene ese poder. Cynthia decía: No quiero ser una caricatura; eso no funciona en el cine. Cada detalle contaba: cómo se vestía, cómo se movía, qué peso cargaba ese personaje”.
En esta secuela, hay una escena en la que Fiyero le quita la capa a Elphaba como quien describe un pequeño milagro. Chu reflexiona al respecto: “Sentía el peso real. Eso cambia todo. Y cuando él la ayuda a aflojar los hombros… recién ahí puede imaginar una vida posible. Recién ahí puede sonreír”.

Chu también piensa en la película como espejo social: “Comenzamos esto durante la pandemia. No había red de seguridad, todo era incertidumbre. Y al mismo tiempo, cuando estábamos rodando, había crisis política por todos lados. Y ahí pensé: tenemos que elegir. La película habla de eso”. Y dice algo hermoso sobre por qué el cine importa: “Es el único lugar donde apagás el teléfono, apagás las luces, y te sentás con extraños a mirar el mundo a través de otros ojos. Eso cambia las cosas”.
Jon M. Chu no solo dirige un musical, dirige un fenómeno global. Después de Locamente millonarios, En el barrio, y ahora el díptico de Wicked, su carrera se convirtió en sinónimo de espectáculo, música, emoción y precisión. Sin embargo, hay algo íntimo en cómo lo vive: “Es un privilegio hacer esto. Tratamos de poner en el mundo algo que haga preguntas sobre quién queremos ser”.
Con Wicked por siempre, película que llega para cerrar el viaje de Elphaba y Glinda, Chu se anima a imaginar un final donde, incluso en la oscuridad, todavía hay luz: “Las posibilidades siguen siendo enormes. Incluso en un mundo roto”.