Matías Santos, bailarín, coreógrafo y director, llegó a El Living de NewsDigitales para conversar con la periodista Marysol Falbo. Santos lleva
años dirigiendo su historia personal y su manera de trabajar, tratando de unir la experiencia profesional con sus motivaciones más íntimas.
Santos creció entre mudanzas y geografías móviles, pero con un único eje que nunca se movió: “La danza siempre estuvo”, recuerda, asociado a la
influencia de su padre y a sus primeros pasos en los actos escolares. Cuando llegó el momento de elegir un rumbo, la intuición pesó más: “Hice un
test vocacional que lo dejé por la mitad”. Aun así, lo sorprendió su destino: “Nunca pensé que podía llegar a ser bailarín del Teatro Colón”.
El salto verdadero llegó cuando una mirada precisa lo señaló entre muchos. Norma Viola lo vio bailar y le soltó una frase que le cambió la vida: “Tenés que ir a Buenos Aires”. Él se arrojó a esa ruta incierta con una idea clara:
“Uno sabe cómo empieza, pero nunca cómo termina”.
Ya instalado, audicionó para el Colón, consiguió una beca y vivió un vuelco inesperado: “Hice una audición y quedé”, recuerda, y todavía persiste el día en que le dijeron: “No vas a entrar a primer año; vas a entrar a sexto año”.
La formación profesional le enseñó que el cuerpo tiene leyes que no perdonan. “Cuando sos bailarín sos un atleta”, afirma, y sabe que la disciplina
es fundamental: “Si no llegabas temprano, arrastrabas al cuerpo todo el día”. Al mismo tiempo descubrió su deseo por la interpretación: “Me gusta
la parte más dramática; me gusta contar historias”. Desde Rodin hasta su rol en Onegin, su recorrido quedó tallado por admiraciones intensas: “Para mí Gremin —el rol que interpreta en el ballet Onegin— es la perfección”.

La expansión hacia otros lenguajes lo llevó del folklore al tango casi sin darse cuenta. “En Entre Ríos se escucha mucho tango”, explica, y reconoce que con Mora Godoy encontró una maestra decisiva: “Me abrió las puertas y me enseñó mucho”. Con ese bagaje apareció su propia necesidad creativa, la que dio origen a su compañía: “Balletango nació de una necesidad creativa”.

Su vínculo artístico con La Charo terminó de completar su mapa emocional y estético. El encuentro fue casual, pero determinante: “La admiro mucho. Su música me moviliza”. De esa conexión nació Sumaj Pachamama, un retorno simbólico a lo visceral: “Tenía ganas de volver a lo profundo, a lo terrenal”.
La pandemia lo encontró inquieto, sin posibilidad de escenarios pero con urgencia de movimiento. “Estábamos todos en casa, pero necesitaba crear”, cuenta. Así armó un entramado de bailarines de todo el país, unidos por videos que cruzaban distancias sin aviones ni teatros. Era su forma de cuidar el oficio: “La danza también es encuentro”. Con Celador de sueños, en la voz de La Charo sampleado con Mercedes Sosa, unió la danza de todo el país en plena pandemia.
Santos proyecta lo que viene apoyado en lo que ya construyó, pero sin perder el pulso íntimo que lo guía desde chico. Lo sintetiza en una frase que
funciona como brújula:
“La danza como impulso, refugio y destino”.
Desde ahí piensa su crecimiento, la expansión de BALLETANGO con bailarines de excelencia y la línea profunda que abrió con La Charo, siempre en movimiento hacia un futuro que él prefiere mantener abierto.